
Termina un año y empieza otro. Si viviéramos en la inconsciencia de lo natural no nos preocuparía este final y este principio. En el mundo natural no hay fronteras, ni noción del transcurso del tiempo. Nosotros somos quienes le planteamos un inicio y un término a todo. Ponemos límites para no trascenderlos o como reto para lo contrario. Nos ponemos la cortapisa del tiempo para alcanzar logros o para no hacerlo.Y así le damos importancia a la culminación e inicio de una vuelta completa de la Tierra alrededor del Sol, para que este evento planetario, trivial y acostumbrado del cosmos determine nuestras aspiraciones, deseos y esperanzas por los siguientes 365 días de nuestra vida, luego de haber evaluado los conseguidos o dejados sin hacerlo los 365 días previos.
Este año fue rarísimo para mí. Muchos viajes y transiciones. No taché metas como realizadas porque no hubo chance ni tampoco replantearme otras. Y por ello como que no tengo fuertes expectativas para este año, porque no sé qué derrotero tomaré o por cuáles me llevará la vida sin preguntarme. Las navidades fueron raras también. Con la familia muy rico, pero en general lo que uno siente alrededor es incertidumbre y temor porque aunque se sabe qué esperar en este próximo año en Venezuela (más pelea, más confrontación) la gente está realmente cansada y creo que de lado y lado. A nadie le gustaría seguir con la guardia alta. En la burbuja que cada quien se construye, quedan fuera la vulgaridad, la basura, la criminalidad, las malas noticias que hacen la vida en este país un verdadero purgatorio. Esta realidad de «fuera» de la burbuja como que hace más difícil hacer la listica de propósitos de año nuevo, porque aparte del clima más frío en enero y caliente el resto del año según los pronósticos, como que seguiremos en lo mismo. Sin mayor progreso en resolver las confrontaciones. Y seguir viviendo con la voluntad de mantener cierta sanidad mental a pesar de todas las circunstancias, o dicho en criollo, seguir echándole bolas. Esa es la percepción que tengo. He circulado poco en la ciudad, he estado concentrada en resolver cosas de la domesticidad recién adquirida de nuevo en mi país y por ese pseudo-aislamiento sigo sintiéndome lejos. Mirando por la ventana mientras añoro. Sencillamente añoro. Quizás deba iniciar la lista ahora y en primer término poner: dejar la nostalgia de acá. Aterrizar en un país nuevo. Mirarlo con desapego, establecer mi relación con él con la curiosidad y la excitación de la recién llegada… Pero no funciona. Aunque haya un cambio, no ha sido suficiente como para que sienta que no pertenezco. Pertenezco. Qué bueno y terminante es sentir esto aunque de tanto en tanto me asalta la sensación de ser inadecuada a lo que me rodea. Así, qué expectativas puedo tener. Mi único propósito de este año es seguir acá. Lo demás que quiera lo dejo en manos del destino o el azar, según el caso.
En tanto, todos los días tengo la dicha de ver El Ávila. luego de vivir por 10 años en sitios planos sin topografía de importancia, elevo mi mirada y veo al coloso que nos guarda. Al que como buenos caraqueños, veneramos, disfrutamos sus cambios de color, padecemos cuando arde y nos reconforta cuando reverdece de nuevo, al norte, inderrotable. Quizás El Ávila nos mantiene en resistir tanta intemperancia. Nuestro tótem.

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