Aterrizamos en KL a las 12 y media de la madrugada y llegamos al hotel casi una hora y media más tarde. El conductor del taxi (?) nos informó que si no hubiéramos contratado el transporte con antelación hubiéramos tenido que pasar la noche en el aeropuerto porque usualmente a esa hora no se conseguían ni autobuses ni carros de alquiler y mucho menos con la lluvia que estaba cayendo.
Así que de la llegada solo tengo el recuerdo de la típica conversación con el hombre sobre a qué países pertenecemos, qué idioma hablamos y que en Venezuela las mujeres son bellas porque así se ven en el Miss Universo. Es impresionante el que no haya parte en el mundo a la cual haya ido donde el referente de nuestro país no sea ese… y bueno, últimamente el presidente también, ya que con sus giras ha abarcado casi que todo el planeta. En Uganda el cambio de nombre del país hizo un pequeño centimetraje en la prensa local. Aquí en Bangladesh lo recuerdan porque le dio besos en los cachetes a la Primera Ministro, lo cual en la cultura musulmana no se hace con mujeres casadas o viudas como es el caso. Sin embargo con esta última salida mis thumbs up, al presi. Y no me vengan con lo políticamente correcto, que luego de año y medio aquí, y ver la profusión de gang rapes, violencia doméstica, asesinatos y torturas por reclamos de dote a esposas, y después de varias agarradas con todos los dedos de mis nalgas, que de paso no son nada como las de J-Lo, me parece una soberana hipocresía el conservadurismo en el trato a las mujeres… pero ya estoy ranteando.
En fin, llegamos a Kuala Lumpur.
Confieso que la llegada a la embajada me tenía nerviosa porque no me había comunicado directamente por teléfono con la cónsul sino con su ayudante. Tenía la aprensión de tantos cuentos escuchados y leídos sobre el servicio exterior venezolano que me daba nervio que pasara un inconveniente cuando todo el propósito del viaje era cambiar el pasaporte. No porque estuviera vencido sino porque por las múltiples visas etc tenía agotadas las páginas. El último me lo había sacado en Kenya en nuestra embajada -sin embajador hasta hace un par de semanas-, con el agregado a cargo, Noel Quintero, y la secretaria de la embajada, Hilda, una guatemalteca sensacional. Ambos nos atendieron de maravilla y la cosa se prolongó extramuros con cervecitas de por medio y continua correspondencia y otros encuentros en cada visita a Kenya.
En este caso la correspondencia con la embajada de Malasia fue fluida y de pronta respuesta desde Bangladesh. A mí se me vencía la cédula en abril y no cargo mi partida de nacimiento y aunque podía seguir con el pasaporte como lo tenía para viajes sin visa, para los que si necesitaría visado se me iba a hacer difícil si no imposible porque hay países que requieren páginas totalmente en blanco. Aparte de eso en Mayo me toca la renovación de la de Bangladesh y requieren de dos páginas. Expliqué todas estas cosas y no había problema.
Antes de llegar a la embajada pedí la dirección del banco donde hacer el depósito de los derechos consulares. No pude hacer el depósito en dólares sino había que hacerlo en ringuis que es la moneda de Malasia y significa dólar malayo. La equivalencia es de 3,8 ringuis por dólar US. Hice el depósito y me fui a la embajada.
Allí me atendió la ayudante y me dijo que esperara un ratico. Como a los 10 minutos apareció la cónsul visiblemente con cierta tensión en el cuerpo y dándome los buenos días. A lo que yo respondí con un ¡Ay, qué sabroso oír hablar venezolano! Creo que no pudo haber mejor rompedura de hielo. Pero igual me salió del alma. Acto seguido me enseñó las oficinas y la exhibición de artesanía venezolana que tienen en el corredor y una de las oficinas. La atención fue súper amable y efectiva y luego con más confianza me explicó que la embajada cubría unos 30 venezolanos entre Malasia y Tailandia y que era conveniente que me registrara en la de la India que es la que me toca. Que las relaciones con esos venezolanos no eran muy fluidas porque los veían como representantes del gobierno y no del país. A lo que yo le contesté (y en lo que creo firmemente) que antes que nada y por encima de cualquier cosa soy venezolana. Y que como sabía lo que es pelar y comer cable en un país ajeno al tuyo y mucho peor, donde sólo tienes la solidaridad de tu pareja y a los latinos y otros amigos que hayas tenido a bien encontrar alrededor, pues que le daba valor a tener gente de mi mismo país cerca sin importar las simpatías políticas. Ella concordó conmigo y pasó a contarme anécdotas donde la gente venía con arrogancia a pedir cosas hechas de un día para otro sin los recaudos completos etc., y como se traducía en esa tensión mutua. Y podía visualizar las situaciones a la perfección, porque cuando queremos podemos ser bien altaneros y déspotas olvidándonos de la más elemental cortesía. Sé que ella está haciendo un esfuerzo en unir a los pocos que se encuentran allá a través de cenas de beneficencia y otras actividades, lo cual me parece positivo.
La conversación luego se prolongaría en la noche en la que nos encontramos para una cenita de comida árabe en el centro comercial de las Petronas, el cual me hizo sentirme en el Sambil pero lleno de asiáticos (creo que leí alguna vez que al diseñar el Sambil se inspiraron en este centro de la Petronas, y si no, les digo que es bastante parecido, fue el propio deja vú). En la cena compartimos y disentimos en puntos de vistas porque obviamente soy antipática al gobierno, aunque encuentre más debilidades que fortalezas en la oposición. Pero todo dentro de la más absoluta cordialidad, risas y complicidad en esas cosas que nos unen a las mujeres como dónde comprar qué más barato.
El corolario de mi experiencia en la embajada fue conocer al embajador y una excursión a buscar la arepa. Al entrar al pasillo a buscar mi pasaporte, el embajador me ve y me pregunta que de dónde soy y yo digo venezolana y el me da un apretón de manos y un reconfortante: esta es su casa, mija, sabe? Y yo que sí, ya sé y mis dientes pelados de oreja a oreja. Con ese apretón de manos sellamos la certeza de sabernos del mismo sitio no importa qué. Luego de la recepción de mi flamante pasaporte bolivariano, pregunté si por causalidad no se conseguía harina pan por allí. Y que no une más que una arepita… la cónsul me dijo ya va, espera un momentico, y luego llegó con la oferta del carro del embajador-nada lujoso y de lo más estándar- para darme el aventón a un mercadito donde se conseguía un casi sucedáneo. Ese día lo tenían agotado pero pude comprar café que también es un lujo en Bangladesh donde los cafeteros tienen que conformarse con el infame instantáneo. Luego me dejó en la embajada de Bangladesh para buscar la visa de Mila. Y así pues concluyó mi periplo en busca del pasaporte.
Toda la experiencia me dejó contenta y esperanzada de que no todo lo que se lee en la prensa es incordio, diferencia, y antipatía del uno por el otro. Ya será cosa de reforzar o descartar esta impresión in situ, cuando vaya en los próximos meses a Venezuela. Pero igual creo que hay que hacer el esfuerzo por poner el lado amable y cortés a flote para ir hacia la concordia porque con el resentimiento, la chabacanería, y la arrogancia solo dividimos más al país. Y no, no se vale decir que ellos empezaron primero, ya no somos carajitos de primaria para estar con esos argumentos. En toda esta nueva fase del país han pasado cosas demasiado graves que eventualmente tendremos que revisar conjuntamente para lograr la reconciliación, pero para abrir el camino hacia ella hay que hacer un esfuerzo por entendernos el uno al otro.
De Kuala Lumpur no puedo decir mucho porque desde hace 3 años no iba a un país desarrollado y menos a un centro comercial de proporciones épicas. No salí del triángulo, embajada-hotel-Petronas. El hotel era 4 estrellas de alrededor de 50 dólares la noche. La conexión de internet desde allí era una barbaridad de cara a 1 ringui por minuto, pero era excelente. No encontré ningún cibercafé cerca. Lo que más me gustó del hotel fue el desayuno que era como en casi todos lo hoteles de buffet pero que contaba con comida china, malaya, japonesa y continental. Muy divertido desayunarse con lumpitas, huevos fritos, dumplings, etc., en una suerte de orgía gastronómica.
La ciudad quise reservármela para ir con Lino de exploración. Lo único que hice fue acercarme en cualquier chance a las Petronas y el centro comercial en su base, doblar el cuello a verlas a toda hora a ver qué tal con cielo azul, nublado o lluvioso -espectaculares de noche e imaginarme el vértigo de las escenas de Entrampment si hubieran sido reales-, tomarme un chai en Starbucks, entrar en la propia librería gigante y salir con libros inconseguibles en Bangladesh con los ringuis que me sobraban [Henry Miller, Amy Tan, Franz Herbert, me quedaron pendientes unos de Nabokov (sus mariposas) y Philip K. Dick y otros que no tuve tiempo de chequear si estaban allí]. Lo que hice con Mila allá en el tiempo libre de embajadas fue ver tiendas, ver tiendas, ver tiendas, comprarnos mariqueras que no tenemos a nuestra disposición en Bangladesh como buena ropa interior y echarme una peluqueada con un chino maravilloso que se llama Tommi y que cargaba el pelo de 3 colores y quien me hizo sentir como una obra del Louvre luego de terminar con mi cabeza. Uff! una maravilla estar en un buen capitalismo a la occidental con el toque asiático.
Malasia es uno de los países musulmanes que apuesta por un islamismo moderado y más liberal. Es un país consolidado por la convergencia de las culturas malaya indígena, china, india, japonesa, y de la vecina Indonesia y los ingredientes coloniales brindados por holandeses, ingleses y portugueses. Era una nota ver a las mujeres cargar su pañuelo en la cabeza del color que le combinaba con la ropa, agarrado con algún broche de pedrería espectacular, y con la cara sonriente y maquillada. Así como otras en trajes sastre de lo más corporativas en su hora de almuerzo. Esta última imagen me causó extrañeza luego de esar acostumbrada a ver a todas las mujeres en sari o sawaz kamise en Bangladesh, incluyendo a las extranjeras y a mí misma que ya me acostumbré a ponerme encima una dupata y kamises cortas -suerte de bufanda larga y camisa hindú a medio muslo- para camuflajearme. Pero aparte de deleitarme con la occidentalidad y el orden de Malasia, con sus calles pulcras, la vista de sus rascacielos y edificios de vidrio metalizado, me quedé anhelando ver la Malasia tradicional de la cual sólo tuve visiones fugaces en Langkawi.
Desde este sábado espero repetir parte de la experiencia con algo más de antropología y exploración ya que nos vamos Lino y yo para allá.. El va a KL en busca de su pasaporte y yo saltaré por dos días a Singapur a sacarme la visa y continuaré con él en KL. Lo que no sé, es si prometer el cuento porque no deseo dejarlos en suspenso otra vez…