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Ventana de origen

laventana

Mirar la ventana. Por la ventana. Contemplar el exterior raramente inamovible. Observar sólo el transcurrir del tiempo.

A la ventana. Por la ventana. Como un espejo dañado que no refleja sino que se roba la imagen y la dispara haciendo que se pierda en la atmósfera, atomizándola ahora invisible en alguna nada estéril, sin posibilidad ni siquiera de miedo.

Mirar la ventana. Poder apreciarme en la contemplación del lado de acá. Sin disturbios en mi entorno que impidan la visión introspectiva, el acceso al cosmos real e ignoto, a la prisión invertida del infinito interior. Único mapa por dibujar, con fronteras que demarcan hacia dentro pero impiden hacia afuera.

Estoy en la habitación mirando a la ventana. Por la ventana.

Todo ocurre tras los ojos que miran durante la conciencia que se revela.

Melancolía sin coordenadas

Aquí estoy… melancólica en Gaborone. Pero es una melancolía sin coordenadas geográficas.

Hay días así, que sin motivo nos traen una pequeña tristeza sin remedio e inexplicable.

Son días en que el alma se nubla.

Días en que solo nos queda arrebujarnos en nosotros mismos, como sea sacar adelante el día de oficina; y luego, al llegar a casa, aposentarnos en el sofá o la cama bajo la manta, con algo caliente en mano, un café, un té que nos reconforte, alguna música, un libro, el cuaderno para garabatear nuestro espíritu o sencillamente contemplar a través de la ventana los humores del cielo.

Divagación del viaje y las preguntas

[Atardecer en uno de los canales del Delta del Okavango – Botswana]

Uno viaja y de repente se encuentra en un sitio inimaginable. Inimaginable porque uno nunca previó el portento que ejercería sobre uno. El portento de preguntarse, por ejemplo, cómo es posible la maravilla de una luna en el atardecer naranja y rosa de este delta y que pueda atestiguarlo. Sí, el portento de las preguntas que afloran del asombro ante el encanto del mundo, ante la belleza al alcance de la mano que tantas veces nos empeñamos en ignorar.

Esta brisa en el Okavango pudiera ser la que viene todos los días a golpe de 5 y media de la tarde por el corredor de viento desde el Este atravesando Caracas. La brisa que se lleva la contaminación del aire todos los días. La que me trae los recuerdos de niñez en el jardín de casa de mamá en Los Dos Caminos.

Pienso en el olor a monte fresco al amanecer que no es otro sino el olor del llano húmedo despertando con el ulular de las palomas y la algarabía de los demás pájaros que se aprestan a iniciar el día. El llano de otras tantas memorias.

En las preguntas consigo la ubicuidad y la epifanía. Las respuestas son redundantes del asombro que quisiera eterno.

[El ocaso ya muriendo – Delta del Okavango, Botswana]

Me encuentro donde me encuentro.
No pierdo el horizonte.
Viene a mí con cada amanecer
y se queda impreso en el ocaso.
La noche es la misma siempre,
sin latitud ni longitud.
En ella habito.
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