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Divagación del viaje y las preguntas

[Atardecer en uno de los canales del Delta del Okavango – Botswana]

Uno viaja y de repente se encuentra en un sitio inimaginable. Inimaginable porque uno nunca previó el portento que ejercería sobre uno. El portento de preguntarse, por ejemplo, cómo es posible la maravilla de una luna en el atardecer naranja y rosa de este delta y que pueda atestiguarlo. Sí, el portento de las preguntas que afloran del asombro ante el encanto del mundo, ante la belleza al alcance de la mano que tantas veces nos empeñamos en ignorar.

Esta brisa en el Okavango pudiera ser la que viene todos los días a golpe de 5 y media de la tarde por el corredor de viento desde el Este atravesando Caracas. La brisa que se lleva la contaminación del aire todos los días. La que me trae los recuerdos de niñez en el jardín de casa de mamá en Los Dos Caminos.

Pienso en el olor a monte fresco al amanecer que no es otro sino el olor del llano húmedo despertando con el ulular de las palomas y la algarabía de los demás pájaros que se aprestan a iniciar el día. El llano de otras tantas memorias.

En las preguntas consigo la ubicuidad y la epifanía. Las respuestas son redundantes del asombro que quisiera eterno.

[El ocaso ya muriendo – Delta del Okavango, Botswana]

Me encuentro donde me encuentro.
No pierdo el horizonte.
Viene a mí con cada amanecer
y se queda impreso en el ocaso.
La noche es la misma siempre,
sin latitud ni longitud.
En ella habito.
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Hay días

Hay días en que el mundo deja de existir.

Son días en que la realidad se trastoca en una escenografía de acuario y gelatina, y el movimiento es un continuo y lento retorno. En esos días, las noticias resbalan en uno y se escurren debajo de la puerta para salir y no volver. No hay nada que dé calor a las emociones ni nada que importe sino la circunstancia interior, que en esos días en particular, es inamovible.

A veces,
la soledad
te pasa por al lado
y te roza
con levedad,
pero terminante
y su toque aunque breve
te embiste
y accorrala
como una bestia
hambrienta.
Te deja fría
el alma
siempre
sin escape

Cápsula de tiempo

Estoy en – cerrada.

He perdido la luna.

Mi vista no tiene ventana
donde perderse
en otra vida,
la de afuera
que indiferente
no cesa,
ni cuestiona
su propósito.

En esta cápsula
no hay noche,
ni día.

La bombilla suple,
pero no engaña
el sentido
de las horas

El interruptor
no funciona
con el tiempo
infernal.

Una lágrima

A veces uno se esconde
para soltar una lágrima
Quizás más de una,
en el ambiguo amparo de la soledad
de una esquina perdida de la casa
o en el refugio del baño
testigo de tanto esplendor y miseria,
del cuerpo y del alma

Una lágrima o más de una,
de las tristezas secretas,
presentes,
antiguas,
de miedos
o desconciertos,
de vacíos,
de anhelos,
de plegarias
o ruegos

Una lágrima o
quizás más de una
para asentar la melancolía
y darle su nicho en el alma