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Mi número 43

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Cada año, uno tiene un número que le acompaña, hasta que en el día del aniversario le sucede otro. Hay números que se acogen mejor a uno que los demás. Hay unos que nos quedan incómodos. Nos aprietan un poco por allá o nos quedan grandes. A otros hay que amansarlos como si fueran zapatos rígidos, hasta que se ajusten perfecto y sean flexibles. Y otros sencillamente nos causan desconcierto, incertidumbre y no hay manera de que nos acostumbremos a ellos.

Mi número 42, se esfumaba de tanto en tanto dando paso a un 25, otros días a un 30 con picos mayores y menores según el caso. Hoy que el 42 es desplazado por el 43, me pregunto como me quedará. 43 no es un número fácil. No es par. Suena raro, como contar en reversa y que se escapen el 2, 1, 0 dejándonos en el vilo de algún despegue a cielos incógnitos. Hoy que estoy de 43  -soy de 43-, no sé qué hacer con ese número que se me está combinando tan extrañamente con el 27 de mi cumpleaños.

Espero que en retroactivo 42 no se me aparezca sincopadamente, ni 44 y Dios no quiera 45 decida adelantarse a su momento. 43 y yo tenemos que negociar una coexistencia pacífica. Tendrá que aceptar mis preferencias a otros números y retirarse con gracia cuando desee la compañía de otro más joven y dinámico, pero estar disponible si requiero de consultas o consejos gracias a la experiencia que su número conlleva. Pero hasta allí.

Siempre tuve problemitas con las matemáticas, aunque sé sacar cuentas como mucha gente, los números representan misterios e incógnitas, especialmente cuando los poseo o me poseen. No he tenido problemas con ninguno, pero 43 me da algo de escozor y presiento que será un año de borrasca. O quizás me siento rara porque desde 1999 no recibo uno de mis números en este país. Hay una superstición que dice que si celebras tu cumpleaños de viaje o en otro país seguirás viajando.

He recibido cumpleaños en aviones, sola en sitios exóticos o acompañada de amigos. Este es mi primer número en 10 años acá. Si la superstición es cierta, este será un año sedentario. Hace unas semanas tenía la inquietud del viaje por dentro. Desde hace unos años atrás, cada pocos meses he tenido que agarrar un avión. Y no es que me guste el proceso, sólo llegar al destino. Los aviones son autobuses con alas. Uno está incómodo, compartiendo con gente extraña al lado, que hace ruidos mientras está despierta, ronca mientras dormida o en el peor de los casos, es interactiva, decide compartir sus anécdotas, atmósferas, virtuales o reales con uno. La inquietud ya se me esfumó. Tengo el paso un poco más firme aunque nunca me sentí ajena, sólo algo inadecuada.

43 parece ser un número sólido y sin ambiciones de movilidad. Sin ánimos de tránsitos pero sí de transiciones. Eso quizás es lo que es 43, transiciones. Algo así como moverse pero plantado en el mismo sitio.

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Otros de mis números para los curiosos:

Mis 42 yoes… divagaciones de cumpleaños
41 en Kenya
Mis 40
Los 39

Divagación del viaje y las preguntas

[Atardecer en uno de los canales del Delta del Okavango – Botswana]

Uno viaja y de repente se encuentra en un sitio inimaginable. Inimaginable porque uno nunca previó el portento que ejercería sobre uno. El portento de preguntarse, por ejemplo, cómo es posible la maravilla de una luna en el atardecer naranja y rosa de este delta y que pueda atestiguarlo. Sí, el portento de las preguntas que afloran del asombro ante el encanto del mundo, ante la belleza al alcance de la mano que tantas veces nos empeñamos en ignorar.

Esta brisa en el Okavango pudiera ser la que viene todos los días a golpe de 5 y media de la tarde por el corredor de viento desde el Este atravesando Caracas. La brisa que se lleva la contaminación del aire todos los días. La que me trae los recuerdos de niñez en el jardín de casa de mamá en Los Dos Caminos.

Pienso en el olor a monte fresco al amanecer que no es otro sino el olor del llano húmedo despertando con el ulular de las palomas y la algarabía de los demás pájaros que se aprestan a iniciar el día. El llano de otras tantas memorias.

En las preguntas consigo la ubicuidad y la epifanía. Las respuestas son redundantes del asombro que quisiera eterno.

[El ocaso ya muriendo – Delta del Okavango, Botswana]

Me encuentro donde me encuentro.
No pierdo el horizonte.
Viene a mí con cada amanecer
y se queda impreso en el ocaso.
La noche es la misma siempre,
sin latitud ni longitud.
En ella habito.
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