La verdad es que lo me faltó fue echar un piecito en Caracas.
No me pregunten porqué, no andaba de humor allá para bailar y hoy no he sino pasado el día oyendo musiquita como para bailar rico, entre ellas unas salsitas, uno que otro reaggeton divertido y la canción de Shakira con el Alejandro Sanz al que santo o diablo creo que le perdonaría todo. Me tomé dos palitos al llegar a casa y ando con el intelectual por el piso y el rumberismo a millón. Pero dónde coño puede uno rumbear en Dhaka. No hay dónde. Nada. Nanai. Nothing.
Entre la otra musiquita que estoy oyendo está un tripocho buenísimo que compré de lo mejor del rock en español (que viva el copytheft para el Tercer Mundo, las mejores selecciones en los tripochos!), clásicos de Los Prisioneros, Hombres G, Maná, etc… ¡qué nostalgia! Aquí mis compañeros de trabajo consternados conmigo cantando en la office (pronúnciese opish) con los audífonos puestos y ellos ni idea de lo que vocifero en español. Ni me enteré de la mezquita de al lado con su altavoz a todo volumen sumándose a las del resto de la ciudad llamando a orarle a Aláh. Hay que ver lo rico que es sumergirse en lo de uno nada más por un rato, no pararle a CNN ni las noticias ni la paranoia en esta ciudad después de las 400 bombas que explotaron hace unos días llamando a incrementar la observancia del Islam. Cómo puede vivir esta gente sin la alegría de una rumbita… En este tópico no me cabe lo políticamente correcto ni el respeto por las culturas y demás paja.
Pero Dhaka guarda sorpresitas. Cómo la noche en que acabando de conocer a parte de nuestro grupo de amigos, luego de bajarnos una botella de ron entre ellos y yo sola una de vino, a eso de la una de la madrugada explota una música a todo volumen y les digo a los panas que subamos al tejado a ver dónde es la fiesta en el vecindario para colarnos y de paso para que vean la piscina… y ¡Oh, sorpresa! la rumba era en el techo de mi edificio a la que nos sumamos con tragos ya en mano a bailar… Estábamos deliciosamente prendidos y ya la época de lluvia había empezado. La luz estroboscópica de la miniteca (yes, miniteca y todo) hacía que las gotas de lluvia parecieran diamantes cayendo del cielo de la noche. Qué alucine. David y yo bailando como locos bajo la lluvia, Lino con cara de atónito porque la vecinita bangladeshi de lo más sexy ella en su breve vestido le agarró una nalga y Edgar y el resto evitando que nuestro otro amigo en medio de una depre se tirará por el borde de la azotea cuando no perseguía a la vecinita sexy de paso dueña de la celebración. La música proporcionada por «El Chino» uno de los marines puertorriqueños que estuvieron en duty por acá en la embajada de la América de los «estadounidenses». Dimos el show y ciertamente nos ganamos una famita con los vecinitos según la versión de una amiga mexicana a la que le llegó el chisme, claro nadie le dijo que le estrujaron la nalga a mi esposo (rico papi), pero ¿who cares in Bangladesh?
De resto tenemos noches latinas en casa de un keniano de Mombasa de origen indio, amante de la música latina, que en su «Casa Loca» decorada como un Buddha Bar se arman unas fiestas a las que por supuesto vamos los latinos a prenderlas con salsa y bailes sevillanos animados por Milita, Martita, Carmencita y la presente servidora aunque en realidad le echamos pichón a lo que sirva para mover el esqueleto. Hemos celebrado allí toda clase de eventos pero especial fue el cumpleaños de nuestro amigo anfitrión con bailarina de los siete velos y del vientre, una brasilera muy bella candidata a madre de los hijos de todos nuestros amigos (hubieran querido ellos) importada directamente desde la India donde trabaja (y luego dicen que el realismo mágico es inventado). También tenemos las fiesticas en las casas de cada quien pero terminan siendo como cápsulas de rumba to go.
La verdad es que no entiendo porqué no tenía las ganas de un piecito en Caracas. Mi rumba como que ya no es en ella… ¿será?
Pero hoy no hay plan. Lino anda con gripe y no hay rumbita a la vista, ni «Casa loca», ni nai. No es viernes de fiesta y ni siquiera de oración. No habrá piecito.