En junio, en el post Drenando, escribí lo siguiente
«… Aquí desde tan lejos, es como si todo el mundo hubiera perdido el juicio ante las circunstancias y la habilidad de analizar las cosas desde ambos puntos de vista, de aceptar (no tolerar, que es distinto) la diferencia y discutir y confrontarse desde esa aceptación…»
De alguna manera los ultimos post sobre política que he escrito han confirmado estos sentimientos. Sé que es casi imposible deslastrarse de la frustración e impotencia que causa la situación del país, más si se vive en él. Tenemos un presidente que literalmente nos tiene locos a conciencia para que gastemos el tiempo en reacciones emocionales y no en trabajar en una oposición estructurada estratégicamente.
Y así entonces dependiendo del grado de frustración o afiliación a uno u otro lado nos negamos a escuchar, tolerar, respetar, aceptar al compatriota como alguien diferente pero igual de «bueno» que uno. Si a algunos les parece este enfoque un poco «comeflor», vale. Lo acepto. Pero como van las cosas, vamos a tener que ponernos un poco «comeflores» para evadir el odio y la división que nos pueden destruir sin remedio. Yo sigo negándome a odiar a otros venezolanos solo porque sigan a Chávez.
Yo no he emigrado. Sólo estoy trabajando acá y espero en algún momento regresar. Mi suegra, Carmen Elena en estos momentos de visita, me dice que es difícil llevar el día a día en Caracas, donde pareciera que las cosas se sienten más y los enconos son más radicales que en el interior. Me dice que el ambiente es más opresivo y que desligarse emocionalmente de lo que pasa es imposible porque las malas noticias te bombardean constantemente y de allí que la gente ande obnubilada de rabia y frustración – de lado y lado. Que la crítica suena a traición y por ello no se acepta – de lado y lado. Quién sabe si de volver me vería entrampada en las espirales de las emociones en contra de Chávez. Es posible.
En todo caso no me considero un ápice menos venezolana por el hecho de vivir afuera o con menos derecho de hablar de política, sólo me da otra perspectiva de las cosas porque me puedo abstraer de esas emociones. Esta perspectiva me pertenece solo a mí y no pretendo imponerla a nadie sino en todo caso contrastarla. Quizás no pueda votar este diciembre por falta de embajada aquí pero por lo menos puedo ejercitar mis opiniones en este espacio. Poder leer las de los demás en los suyos o aquí mismo me mantiene la fe de que no todo está perdido para el país, que aún es posible un diálogo porque nuestro punto en común es esa tierra que nos duele y nos hace venezolanos.
Las palabras tienen poder. Y el poder en este momento lo tiene alguien que las usa con maestría para su beneficio. Cuando se busca exactitud, hechos, en ese discurso uno termina perdido en las verdades a medias, las mentiras que parecen verdades y las verdades que parecen mentira. Por supuesto, esa es mi percepción. Existe mucha gente que cree que todo lo que dice es verdad. Y si no es verdad es que alguien le dio mal la información y lo engañó para hacerle daño.
La única forma de poner orden al caos de emociones que todos sienten es con más palabras apelando a la razón. Es importante seguir escribiendo y seguir conversando. Seguir en el intento de «encontrar», finalmente ver, el país que tenemos y no el que idealizamos restringido sólo a nuestra experiencia sin considerar la de los demás como experiencias también verdaderas y que nos dan las claves para ese país nuestro que hay que construir. No debemos sólo aceptar las diferencias, sino entenderlas… y viceversa.
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