El amanecer de hoy es inexplicable. Empezó blando, casi cubierto por completo por una nube densa y al fondo apenas se veía la luz naciente. Y de repente se abre y explota el color. El rosa y el amarillo sobre el gris indeciso a volverse de plomo. Es tan lugar común identificar las emociones con lo que acontece en el paisaje, pero no puedo evitarlo. Hay días que las emociones estallan silenciosas dentro, hacen que nos revisemos con intensidad mientras fuera todo sigue inamovible. La rutina se ha apoderado de la enfermedad de país que vivimos y eso enmarca el día a día. Vivimos en lo terrible, aparentemente indesplazable, mientras cada quien trata de normalizar lo que no se puede, de mantener algún control sobre lo que vive, sin mucho éxito.
Ayer una de mis ventanas se cayó del marco y se quebró. No sé si es un ómen o un sencillo accidente que por suerte no tuvo consecuencias más allá de un vidrio roto y todo lo que ello implica de diligencias.
En todo caso, es una ventana rota, desgonzada de su marco. Un iris completamente abierto. No hay nada ante el amanecer.
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