
Quería cambiarle la plantilla al blog. Me puse en ello para distraerme. Al final sólo cambié la tipografía y corregí algunas entradas para ponerles una imagen destacada. Todo esto para alejarme de los sentimientos de tristeza que he tenido durante el día. No hay una causa precisa para ellos. O quizás demasiadas causas.
José Miguel Roig, escritor y amigo a quien extraño, me decía siempre que esa opresión era porque no escribía. Que esa sensación era la señal de que debía hacerlo, que el cuerpo me lo estaba pidiendo. Pero en mí, cuando la presión es grande, la parálisis también. Escribo ahora, luego de un rato ocupada con pasatiempos técnicos del blog.
Escribo con desorden y quizás el propósito sea, tentativamente, volver aquí, expuesta como lo hacía cuando estaba lejos y no me importaba. Sin preocuparme de lugares comunes o entrar en lo cursi, o con errores de redacción o sintaxis. Escribir en borrador.
Tengo el peso en los ojos del preludio de unas lágrimas.
Sé que no saldrán.
Al escribir esto quisiera exorcisar lo apelmazado en el alma.
La tranca que siento ante los agobios que nos trae la vida.
Ojalá pudiera escribir algo luminoso, pero la alegría solo trae inconsciencia.
Libera de los pesos que nos hacen evaluar todo,
analizar, ponderar y establecer un sitio para nosotros en el universo.
La felicidad borra ese todo.
Es un aquí y ahora.
Una validación estupenda para seguir
Una trampa para olvidar.
