
Querida Violeta, te hubiera gustado la manera en que te despedimos. El día fue diáfano y sereno. Día de diciembre de cielo azul. La sala sobria e íntima. La vista al Ávila, siempre majestuoso, con algunas nubes oscurecidas y medio rosadas por el atardecer. La luna se asomó por el Este como un bombillo para seguir dando luz en este camino final.
Quien fue a despedirte te quería y rindió homenaje. Y aunque la tristeza es honda nos da paz que el padecimiento cesó. Que pudiste hacer tus «revisiones», como las llamaste dos días antes del final.
Nadie sabe cómo es esta última experiencia hasta que le toca.
Nadie sabe cómo se siente el declive hacia la muerte hasta que lo vive.
Es una conversación que nunca tendremos. Pero es el fin último que culminaste.
Tu vida fue obra, cerró su ciclo y dejas un legado innegable.
En mí, la huella, que espero honrar en toda su dimensión.
Y el germen, de todo lo que debo alcanzar.
Esta es una suerte de orfandad.
Extraña, singular.
Importante.
Porque sé que viví algo valioso y que aunque terminó, no lo perdí.
Sigue en mí.
Ese día transparente y azul de ayer
se queda conmigo.
Tristeza transparente y azul.
Mar de alma y corazón con memoria.
Querida Violeta.

