Etiqueta: Uganda

Mañana rara

Es una de esas mañanas raras dónde no sabes en qué mundo andas, ni qué debes hacer ese día exactamente o si lo debes hacer, en las que te provoca esconderte del universo, para que no te roce, que no apriete donde duele, que deje respirar libremente sin presiones de ningún tipo. Rara esta mañana, con sol y nubes grises, sin definir si será luminoso el día o tormentoso… Me dicen que tronó de manera inusitada anoche… por lo alrededores de la Florida… acá por donde vivo no escuchamos nada… pero esa imagen que Cinzia me regala, de que el cielo quería caerse, me recordó las explosiones que en el Lago Victoria, en Uganda, provocaban los rayos. Parecía, cuando estallaban, que se estaba librando una guerra de dioses porque eran explosiones fuertes, estentóreas, pero que no retumbaban… secas pues, y abajo nosotros, simples mortales que podíamos ser el daño colateral de dicha batalla, si nos abandonaba la suerte .

Pensaba que las lluvias del Cordonazo de San Francisco eran durísimas, y siempre me ha fascinado ese despliegue de fuerza, de conflicto, de cuando la naturaleza se decide a bañarlo todo con agua, a sacudir el polvo de los árboles, a salir de los débiles y dejar los que están afianzados con fuerza a tierra y que perduren algo más. Era impresionante ver los rayos sobre ese lago gigante que era como un mar, se comportaba como un mar, traía brisa y olores marinos… al que no se le podían ver orillas opuestas satisfaciendo así mis nostalgias caribeñas.

Recuerdo una tarde en particular, cuando un cielo azul impoluto y un lago sereno se convirtieron de repente en plomos de gris, vientos huracanados y lluvia, en cosa de breves minutos.

stormylakevictoria

El cielo encapotándose en el Lago Victoria, Uganda

Recuerdo también una noche en que una de estas explosiones nos despertó de golpe y es que había caído un rayo a pocos metros de la casa… y otra memoria imborrable es la de un vuelo en avioneta por los alrededores del lago, entre dos sistemas de nubes, lloviendo a cada lado de la tarita en la que volábamos, cuando un relámpago surgió a nuestra izquierda cayendo a tierra dándole a un árbol. Verlos caer desde el aire es impresionante.

La lluvia en Uganda era siempre memorable. Las de Bangladesh algo cansinas, a excepción de las de los tiempos de tifones, donde el cielo gris total adquiría tonalidades extrañas, amarillas unas veces, verdosas otras.

Estoy esperando que revienten las lluvias caraqueñas. Las lluvias revisten a la ciudad de bucolismo, caos y una extraña sensación de redención que sólo dura hasta que escampa.

El cielo se ha encapotado aún más mientras escribo esto, anda húmedo el aire, medio iracundo el viento, los aires de tormenta están aquí…

¿Cuánto tiempo más, hará falta para que estalle?

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Enlaces relacionados:

Breve del monzón

Llueve

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Otra vez

Con «Viendo llover en Dhaka como si fuera Macondo» inauguré por tercera vez este sitio. Este sitio con el que he intentado llevar un registro vivo de lo que escribo y he escrito.

Me obliga a disciplinarme, a organizarme mejor y a comprometerme a escribir que es realmente lo que quisiera hacer para ganarme la vida. Mientras esa oportunidad llega estaré aquí ejercitándome, gozando de la otra oportunidad que he tenido en la vida de poder vivir en sitios totalmente ajenos a mi cultura como Uganda y Bangladesh. Sitios que me han permitido alimentar parte de estas páginas.

El mundo en la calle frente a mi casa

Ayer vi como mataban a un hombre.

Eran las dos y algo de la madrugada. Habíamos llegado tarde de una cena y al poco de apagar la luz para dormir, oímos en la distancia gritos de auxilio. Luego los perros de la casa empezaron a ladrar y al poco escuchamos al guardia gritarle a alguien que se fuera.

Nos asomamos por la ventana y lo vimos amenazando con una roca a un muchacho, quien caminando por el jardín con una bolsa en la mano se acercaba al muro opuesto para saltar a la casa vecina. Era un ladrón. Había brincado dentro tratando de esconderse de sus perseguidores.

Salimos al jardín y en compañía del guardia, calle abajo veíamos luces de linternas y oíamos gritos en la lengua local. Finalmente, empezamos a escuchar también golpes secos. El guardia nos dijo sonriendo: ¡Ese hombre va a morir!

La elevación del terreno nos permitió ver casi todo. En medio de un grupo como de diez, subía el muchacho maniatado mientras era golpeado con un tubo y planeado con un machete. Por la calle bajaban motonetas y un minibús medio lleno de gente al encuentro del grupo. En la calle frente a la casa convergieron y entonces fueron más de veinte. Entre ellos una mujer que animaba la golpiza.

Allí el linchamiento llegó a su clímax. Todos golpeaban al hombre y las motonetas le pasaban por encima repetidamente hasta que ya no se oyeron sus gritos. El tubo y el machete bajaban sin descanso sobre él. Presenciamos todo paralizados de horror y desconcierto sin saber qué hacer. Tratamos de llamar a la policía, pero nadie contestaba el teléfono. El hombre había robado el bolso de una mujer en uno de los barcitos de la avenida principal. La misma que se hacía oír en medio de los golpes. Nadie tuvo compasión. En breve, la mayoría se retiró dando por terminado el asunto. Ya dentro de la casa oímos más golpes secos. Pocos. El remate.

La policía llegó más tarde a llevarse el cuerpo.

En esta tierra africana la vida no tiene valor. En Uganda, la matanza de ladrones es casi una celebración y solo la aparición oportuna de la policía les puede garantizar la vida. En los pueblos y caseríos del interior el castigo se extiende a la familia del ofensor y su casa es quemada hasta los cimientos. Solución final para que no se extienda el mal del latrocinio.

El robo se cura con asesinato. Nadie es culpable, sólo el ladrón. No hay quien responda «Fuenteovejuna, señor». Nadie pregunta tampoco.

En casa traté de orar por el poble diablo, por los que lo mataron, por nosotros y no me salió nada porque no hay Dios posibe en circunstancias como ésta. Últimamente pienso que no lo está en ninguna. Me tienta intentar hablar de lo humano y lo divino quizás para encontrarle sentido a lo que vi, pero lo dejo así porque en el fondo no hay nada de ello en esta historia. Pasó y punto.

Se me redujo el mundo anoche a la calle frente a mi casa. La misma demencia que castiga con la muerte a un ladronzuelo que no puede con su pobreza se me antoja como la misma que está castigando al mundo. Una venganza perpetua.

Publicado en www.elmeollo.net