A pesar de que el viaje a Nepal en diciembre me dejó llena de energía y purgó de mí, las típicas preocupaciones y engustias en las que me regodeo infinitamente para tormento de mi esposo, llegué a casa en enero y no quise hacer nada de ello sino terminar de acomodarla.
Terminé de hacerlo este enero. Y la tengo bonita con alfombras de Nepal, forros de cojines y pinturas de acá, muebles hechos de algo parecido al mimbre, cositas que he ido comprando en baratillos de antigüedades, y «chivas» de gente que se va. Y creo que mi evasión tiene que ver con ello.
Para mí la casa es muy importante. El que esté bella y acomodada. Con cuadros en las paredes, alfombras, cojines, adornos, fotos, y muebles cómodos. Siempre he tenido la habilidad de sin mucho, poder arreglarla para hacerla acogedora y cálida.
El primer apartamento que tuve aquí era completamente amueblado y teníamos de todo, hasta sábanas y cubiertos. Y allí vivimos por un año, porque el plan era irnos una vez culminado el 2004 de vuelta a Venezuela. Pero cambiamos de idea y decidimos quedarnos para conocer un poco más Asia aprovechando que estábamos acá, por lo que buscamos un alquiler menos costoso, pero ello implicaba comprar todo de cero… otra vez. Ya en Caracas y Uganda lo hicimos. Así que para esta tercera vez estamos expertos.
En Uganda, en un período de 5 años nos mudamos 7 veces. Nunca estuve muy satisfecha con las casas pero como dije siempre me las averiguaba para arreglar todo. Compraba telas (kangas) africanas, las guindaba con alfileres como cortinas, las ponía sobre unos muebles horrorosos de seudo estilo que heredé de uno de los de la compañía que se fue, ponía esculturas en los pasillos y máscaras del Congo, estanterías y muebles de papiro que venden en la calle a precios bastante ridículos. Y me las averigué de esa manera, pero siempre me quedaba la cosa de no estar completamente contenta, porque me sentía de paso.
Esta vez si lo estoy y aunque me costó un año arreglarla por fin terminé este Enero… y ahí viene la evasividad, porque con ello me llegaron las noticias de viaje de vuelta a Africa. Luego del de Uganda es probable que el de Tanzania sea por más de un mes… y es que no me quiero ir.
Cuando nos fuimos de Venezuela, luego de 5 años de matrimonio por fin había llegado al punto en que estaba contenta con el apartamento y como lo había arreglado. Las paredes estaban del color que quería, con los muebles puestos de forma ideal (las chivas de familia y otros comprados en remates) para compaginarlos con computadora y libros forrando paredes (el apartamento es chiquito de un solo espacio y un cuarto) y unos cuantos cuadros y afiches. A casi un año, de haber conseguido ese estado ideal de casa nos fuimos a Uganda y tuve que desarmar todo y distribuirlo entre familia y amigos porque en principio era sólo por un año.
Y tengo el feeling de que me va a pasar de nuevo, ahora que todo está chévere, tengo el presentimiento de que voy a enfrentar de nuevo un cambio radical de idas y mudanzas. Así que lo que hago es disfrutarla, me echo a ver la tele o a leer en mi cuarto o la sala y no salgo sino a hacer lo necesario. Hasta me quedo trabajando en el apartamento.
La casa, el hogar, es el refugio de uno. Puede ser muy humilde o un apartamento chiquitico o una mansión. Pero es tu hogar. Y si no está acondicionada para el sosiego no lo encuentras interiormente. No nos dará paz. Paz que es lo que al final se busca. Y ahora que la alcancé aquí, me tengo que ir y dejarla mientras trabajo y pervivo en la habitación de un hotel en alguna parte. No es que me queje, porque tengo suerte de conocer estos sitios…
Pero la cosa me amarga un poco, porque llegué a esta rutina semi-nómada por cosas de la vida, no por haberlo decidido a conciencia… y después de algún tiempo me desconcierta la dicotomía de añorar un centro, el nido, y al mismo tiempo experimentar la excitación de una mudanza a otro sitio. En este caso sólo me mudo yo por unos meses, pero es duro cuando la casa, tu hogar, te llama.
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