Esta es una divagación a partir de las preguntas que del país (Venezuela) se hace la Maga. Le hice un comentario y al leer los de los demás, me quedó la inquietud de reflexionar sobre las respuestas que yo me daría si me hiciera a mí misma esas preguntas. Por tanto esta no es una respuesta a la Maga, sino a mí misma. Es un repaso de mis sentimientos. Un ejercicio de re-afirmación.
Los venezolanos tenemos esa tendencia de cuestionar tanto al país. De preguntarlo tanto. De juzgarlo tanto. Nosotros somos el país. Desde la última persona que vive en la cima del «cerro» hasta la última persona que vive en la cima de la «colina».
Comenté en el post El país en preguntas:
…El país es todas esas preguntas y muchas más respuestas. Unas llenas de amor y otras de amargura y tristeza. El país es eso. Contradicciones. Espantos. Pero también maravillas y amor y don de gente y sentido del humor y picardía. Y, no. Lo mío no es optimismo patológico ni nostalgia trasnochada. Hay país justamente en el contraste, en la diversidad, en la posibilidad de realidades disímiles, extremas. Al país hay que quererlo como a la familia a la que siempre se disfruta y se padece. Que amamos hasta la muerte y que padecemos hasta la muerte. De la que no nos podemos deshacer ni física ni moralmente. La que nos recuerda de dónde venimos y qué somos. El país está allí y es ineludible incluso desde la distancia más extrema. El país te define. El país existe y aunque nos pese, nos configura, y aunque nos pese, somos nosotros los que lo configuramos a él. Para el país nosotros también somos ineludibles.
Si nos fijamos bien, y empezamos a disectar con pinzas los odios y rencores, las divisiones y desacuerdos, al final siempre queda el amor por el país. Como concepto, sentimiento, base, entelequia. De cualquier forma que uno se defina se comparte un mismo punto con el otro. Y a lo mejor el amor que yo siento desde «mi» Caracas es diferente al que sienten otros desde la «suya» desde «su» Maracay o «su» Barquisimeto o «su» Mérida o «su» Maracaibo o «su» Cumaná. Pero es amor al final y está allí. Amor con amargura, con esperanza, con tristeza, con alegría, con pesimismo u optimismo.
Yo no creo en eso del «no-país». Ni en demás metáforas, eufemismos, descalificaciones o hiperbólicos enaltecimientos que son como pastillitas para evadir y desapegarnos responsabilidades y cuyo efecto no es más que un espejismo.
El país somos nosotros. Siempre ha sido de todos, porque todos lo conformamos, pero antes ninguno quiso asumir que era de uno. De uno, ese paquete entero. Porque para que sea de uno verdaderamente, se tiene que asumir completo y poder decir que es una maravilla y que es tuya, pero también poder decir de todo aquello que es malo, que es una mierda y que es tuya, y llevar ese barranco encima sin que te quede nada por dentro. No es una cuestión de orgullos o vergüenzas. Es sencillamente aceptar lo que se es y lo que se tiene. Partir de allí para mejorar, potenciar, modificar, corregir, lo que se necesite. Y para lo que no se pueda, pues aceptarlo. Si no, no podremos encontrar belleza y futuro en los contrastes, en las miserias y esplendores que nos son propios.
A pesar de la nostalgia que me aniquila por días, estos viajes y andanzas solo me han acendrado el amor por el país. A verlo sin filtros caleidoscópicos. A deglutirlo sin la pastillita placebo, la que me inventa el cuento de que el culpable es otro, el personaje, la historia, los blancos, los verdes, los rojos, los del norte o los que trae la brisa caribeña. A tocar sus costuras y cicatrices. Su tersura. Porque la culpa no sirve para nada. Y sí. No estoy ahora allá, pero estuve. Siete años no han cambiado la cosa, sólo la han destapado, puesto al descubierto para el olfato de todos, lo que somos, lo que no fuimos y lo que podemos ser. Entiendo y comparto el agobio, el refugio en lo íntimo al que mucha gente opta. Esa escapada no es nueva. Es la de siempre. Yo la practico también. Y también la practiqué en el pasado. La promuevo como cuestión de higiene mental pero no como militancia.
Hoy amanecí en un día de resistencia. De salir afuera y decir lo que me parece obvio. De declarar que lo que es mío no ha dejado de serlo y que sí, a veces, por desidia, por facilidad, amanezco algunos días creyendo que me lo han quitado, cuando sencillamente lo dejo ir en cada momento que me tomo una de las pastillitas de espejismos. Cada vez que ese periodismo bizco me conmina a encostrarme en una esquina. La de mi conveniencia. Cada vez que decido creer lo que me es más fácil creer. Cada vez que me compro una esperanza estéril impresa en el periódico o la engañosa ilusión de que perdí mi país. De que Venezuela es otra o de otros.
Sí tengo país. Sí tenemos país. Cojea aquí y allá. Da un paso a la derecha y otro a la izquierda, se cae y se levanta, es ínfimo y supremo, todos los días. Y así lo quiero. Sin más. Como se quiere a los hijos y a los padres. Sin condiciones. Con la certeza de la pertenencia.
La palabra «país» no me es una metáfora es sólo una realidad que hay. Hay país. Tengo país. Tenemos país a pesar o gusto nuestro. A consecuencia y causa nuestra. En la cercanía y la distancia.
Uno no se debe dejar quitar lo que es suyo. Y menos por uno mismo. Esa es la respuesta a mí misma.
Me encanto este mensaje Kira! Yo naci en otra ciudad…..pero cuando alguien habla de Caracas digo: es «mi» ciudad, y ese, Venezuela, es mi pais……
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Si no tuviéramos países no estarían tantos luchando por quedarse con ellos. Y quieren arrastrarnos con ellos «… Cada vez que ese periodismo bizco me conmina a encostrarme en una esquina. La de mi conveniencia. Cada vez que decido creer lo que me es más fácil creer. Cada vez que me compro una esperanza estéril impresa en el periódico o la engañosa ilusión de que perdí mi país. De que Venezuela es otra o de otros.» (me impactó este párrafo)
Me gustan mucho tus reflexiones sobre tu país porque lo ves con una calma pasmosa ,desde la distancia pero sin dejar de sentirlo en tus entrañas.
Saludos
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Te suscribo, me anoto en esta, sumo mis voluntades, cubro esta apuesta; yo también creo y milíto en este país que somos. A mi también me golpeó ese tropel de preguntas y el camión atrás con las siguientes; pero no me dejo, pataleo, muerdo, grito y salto, desato mi rabieta pero no me entrego; voy con mi país, me echo al hombro el guacal con todas mis filias y mis fobias, meto en el mapire alegrías y desazones, me cubre el sudor pero no detengo la marcha, llevo los zapatos desgastados y el abrigo rasgado pero aún me habita la esperanza. Ese es el país; me duele a ratos, pero lo celebro siempre.
Salud
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mis preguntas buscaban eso: una respuesta como la tuya.
un abrazo
yo tambièn tengo paìs, cambiante y rugoso, fugaz y trascendente, allì està.
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Kira
Maga
ustedes
son
patria
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