
Ray Bradbury es uno de esos escritores que tengo en mi panteón mitológico personal.
Desde que leí Crónicas Marcianas, El Hombre Invisible, Fahrenheit 451 y Las Doradas Manzanas del Sol en mi adolescencia temprana, quedé fascinada con la capacidad imaginativa y narrativa de Bradbury. Años después, Armando José Sequera me contó que le pidió a un amigo suyo en Estados Unidos que fuera a casa de Bradbury a pedirle que le autografiara un libro. Lo cual hizo. Así de sencillo. Le tocó el timbre, le pidió el autógrafo y después se fue. Desde esa anécdota me quedó una sensación irremediable de cercanía. Quedé atrapada por esa conexión de menos de seis grados de separación. Espero que Armando tenga a buen resguardo ese libro.
Me topé con Zen in the Art of Writing (Joshua Odell Editions, 1996.), unos meses atrás en un viaje a Singapur, y no pude evitar comprarlo especialmente porque era citado en unos de los libros que estaba leyendo en Dhaka.
Zen in the Art of Writing es una recopilación de ensayos y conferencias. Habla del Zen de la escritura en forma de consejos prácticos ilustrados por su experiencia personal. Es unos de estos autores que se saben buenos, exitosos, y no lo ocultan, pero que no andan subidos en una torre inaccesible de marfil ni preciándose de intelectualmente exquisitos. Es un escritor que ha abordado casi que todo género, narrativa, ensayo, teatro, poesía, guiones de cine, radio y TV. Y me causa gran admiración por ello. En ese sentido, creo que es un precursor en considerar todo medio como soporte viable de la escritura de calidad.
Aquí unos pocos fragmentos de su Zen, en traducción libre.
…Sabemos cuán fresco y original es cada hombre, incluso el más lento o insípido. Si le llegamos con corrección, lo llevamos en la conversación y le damos su cabeza, y más tarde una última palabra, ¿Qué es lo que quieres? (o si el hombre es muy viejo, ¿Qué es lo que quisiste?) todo hombre hablará su sueño. Y cuando un hombre habla desde el corazón, en su momento de la verdad, hablará poesía…
P.34…Para alimentar a tu Musa, entonces, debes haber estado siempre hambriento acerca de la vida desde que eras niño…
P.42…Un hombre bien alimentado guarda y calmadamente brinda su porción infinitesimal de eternidad. Ésta suena grande en la noche del verano. Y lo es, como lo ha sido siempre a través de las eras, cuando ha habido un hombre con algo que decir, y otros, quietos y sabios, que escuchen…
P.45 [lo de bien alimentado se refiere a su musa]…¿Y qué, preguntas, nos enseña la escritura?
Primero y principal, nos recuerda que estamos vivos y que eso es un obsequio y un privilegio, no un derecho. Que debemos merecer la vida una vez que nos han premiado con ella. La vida pide por recompensas de vuelta porque nos ha favorecido con animación.
Así que mientras nuestro arte no puede, como desearíamos que pudiera, salvarnos de guerras, privaciones, envidia, codicia, vejez, o muerte, nos puede revitalizar en medio de todas ellas.
Segundo, escribir es sobrevivencia. Cualquier arte, cualquier buen trabajo, por supuesto, es eso.
No escribir, para muchos de nosotros, es morir.
Debemos tomar las armas cada uno y todos los días, quizás sabiendo que la batalla no podrá ser ganada enteramente, pero pelear nosotros debemos, así sea sólo un gentil combate. El más pequeño esfuerzo por ganar significa, al final de cada día, una suerte de victoria. Recuerda al pianista quien dijo que si no practicaba cada día él sabría, si no practicaba por dos días, los críticos sabrían, y después de tres días, la audiencia lo sabría.
Una variación de esto es verdad para los escritores. No es que tu estilo, cualquiera que sea, se derretirá fuera de forma en esos pocos días.
Pero lo que podría pasar es que el mundo te alcance y trate de enfermarte. Si no escribes todos los días, los venenos se acumularán y comenzarás a morir, o actuar como loco o ambos.
Debes quedarte intoxicado en escritura de manera que la realidad no te destruya.
Ya que escribir permite justo las recetas apropiadas de verdad, vida, realidad que te son permitidas comer, beber, y digerir sin hiperventilar y caer como un pescado muerto en tu cama…
Prefacio. P. XIII
Sobre Ray Bradbury:
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