Memorias de Adriano

«Mira, murió Adriano», me dice mamá al pasarme el periódico esa mañana, y yo perpleja no lo puedo creer. Porque Adriano es de esas personas que uno no espera que muera. Adriano inagotable, de demesurada memoria y generosidad.

Somos muchísimos los que tenemos deudas de gratitud con Adriano. Por sus clases que enseñaban a vincularnos a la literatura de otra manera. A recibir las palabras como un obsequio inesperado y estar dispuesto a maravillarse ante ellas, a degustarlas, decantarlas y dejar que se aposenten entre pecho y espalda. Su relación sensual con la literatura era contagiosa. Y por haber sido ese ser generoso de dar aliento al gérmen de escritor garabateado en los pedazos de papel que uno le pasaba con temor y expectativa, a ver si los escarceos con la ambiciada creación literaria tenían posibilidad.

Cuántos no fuimos los que nos íbamos con Adriano a alguna tasca o café, rodéandole como moscones a tratar de aprehender algo de este escritor de nosotros, que se nos presentaba como una ventana abierta e interminable hacia la literatura.

Adriano tenía una memoria prodigiosa. No es que se aprendía sus clases y las recitaba. No necesitaba aprenderse nada. Le bastaba leer algo una vez para poder recitar textualmente el fragmento o el poema en cuestión días después. Recuerdo una tarde en el Ateneo, cuando nos confiesa que sólo hacía poco se había leído Doña Bárbara, la cual por terquedades de la juventud había desdeñado como símbolo de la literatura con la que no se podía seguir en el país, pero que ahora la descubría en sus méritos y ¡zas! se arrancó con todo un pasaje, a rematar con un ¡qué vaina tan buena! y destacar el lirismo del fragmento en cuestión… y más tarde comentar un libro de poemas de María Auxiliadora Álvarez, declamar un par de ellos y soltar un lagrimón… Las lágrimas de Adriano en la emoción de recitar algo en clase o al grupo de amigos. También la de su tristeza que no supimos, que nadie supo aunque él intentara explicarla. La del silencio de años en que la pluma se le negaba o él se negaba a ella. Hasta que un día se reconciliaron de nuevo.

Una vez me topé con un artículo llamado Las Verdaderas Memorias de Adriano. Una crónica escrita por Bryce Echenique publicada en la revista Letras Libres de México hacia el año 94(?). Pensé que se trataría de la novela de Yourcenar, y cuál es mi sorpresa cuando leo que es sobre las aventuras del legendario Carlos Barral, Bryce, creo que Fuentes y/o Monterroso, y Adriano por las carreteras de México y América Central en un viaje de camino que hicieran juntos. Era una crónica de camaradería y alegría de vivir, una declaración admirada de afecto de Bryce hacia Adriano, donde sentaba lo que muchos pensábamos, que la verdadera obra de Adriano era su vida, llena de anécdotas e historias, elevada belleza y sombrías tristezas. Se la hice llegar y él no salía de su asombro, por no conocerla y emocionado por el texto de Bryce.

Tendremos siempre memorias de Adriano. Serán la de los que tuvimos la fortuna de conocerle, las memorias verdaderas, las de la anécdota insólita y la leyenda que seguirá caminando por Caracas, la de su saludo emblemático ¿Qué hubo, poeta?

Adriano se fue leyendo un libro con un café enfrente esperando a su hijo para el almuerzo, nos contó su hija Georgiana.

Una muerte gentil y amable, para quien gentil y amable fuera.

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Actualización:

Adriano González León en wikipedia en español

Adriano González León en El poder de la palabra

Entrevistado por María Luisa Páramo para la revista Espéculo

La deuda de la Barra con Adriano González León de Pablo Antillano

Otros testimonios de la blogósfera listados por Google

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