Me encuentro extrañando a Dhaka.
La vista de mi ventana con la palmera meciéndose ante las intemperancias del clima, la melancolía melódica cantada por los trabajadores de construcciones aledañas, el rojo mercúreo del ocaso, el llamado de la oración del muesín en tantos amaneceres de insomnios.
Cuando llegué no salí de un jardín.
Los rayos del sol irrumpían entre las hojas del guayabo, el limonero, las bromelias y los helechos.
Y mientras los veía anhelaba que terminara mi mudanza.
Me he descubierto con vocación de ermitaña luego de 10 años de ausencia.
Diez años construyendo el hábito de estar lejos.
Me pregunto cómo romperé ese hábito de la lejanía.
Si será posible.
Debo encariñarme con la nueva ventana, el paisaje reencontrado y las remembranzas.
Es como un mantra visual. Me ancla y me eleva al mismo tiempo. Con sólo verlo todo cae en su lugar y las preocupaciones desaparecen, por lo menos por un rato…
Me pasa igual con el Ávila: cada vez que lo veo me calma un poco. Me gusta tu frase «mantra visual» para describirlo.
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Kira: es muy bonito lo que has escrito y has escrito muchas cosas importantes en pocas palabras. Un beso pa ti.
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