La foto de la entrada anterior es la vista que tengo casi todos los días desde mi ventana. Los amaneceres y atardeceres son siempre cambiantes pero la vista me instila paz y me reconcilia con los días duros. Y hoy me acaban de robar esa posibilidad en mis insomnios. Cuando amanezco a las 4 de la mañana o antes y me asomo y abro la ventana y respiro el aire que viene del Este y veo las luces de la ciudad poco a poco apagarse a lo lejos para dar paso al día. Insomnios en los que escribo o leo o sencillamente disfruto de una taza de té en silencio.
Ayer alrededor de las 3am se metió un alguien que no es persona, dos apartamentos más allá del mío. Tomó una silla tumbona de la piscina, la apoyó a la pared, la usó de escalera para meterse por la ventana del apartamento. Sometió a la pareja que vive allí, vejó al señor, violó a la señora. Se fue hacia las 4 y tanto de la mañana. Anoche dormí completo, no desperté como ayer y anteayer alrededor de esa hora en que tuve abierta la ventana y me asomé a ver el jardín.
No hay oración que calme el horror que siento ahora. Ni el dolor por esta vecina ultrajada por el criminal delante de su esposo. Vino la policía y no sé qué hizo. Hace unos meses atrás sucedió lo mismo en el edificio de al lado y meses aún más atrás en otro de la zona. Y ya ven que nada se ha solucionado, que esos crímenes pasaron impunes como pasan todos los demás.
La diatriba política nos distrae y nos olvidamos que estamos siendo heridos sin remedio todos los días, que nos matan gente todos los días. Y la maldad se trasluce en declaraciones y desdén por el dolor y las agresiones a la dignidad de todos.
¿Qué será lo que tenga que ocurrir para que nuestro país sane?¿Para que sanemos?
Decía en ese texto anterior que la visión me daría serenidad por unos momentos hasta que la realidad me disparara de nuevo. Y encuentro que estoy herida de gravedad, que la ventana ya no será vehículo de mis ensueños y que deberá permanecer cerrada en las madrugadas, que el insomnio estará preso en el miedo. Que ahora tiene rejas.
Pero, ¡por Dios! ¿Hasta cuándo la impunidad? Cada vez que pienso en Venezuela oscilo entre tirsteza y rabia, pero más es la impotencia de saber que no puedo hacer nada. Abrazos desde por acá, y fé en que el cambio viene.
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