Salí de casa hoy y a la altura de Guaicay hacia La Bonita, veo un perro grande color arena con hocico negro, corriendo como loco detrás de un carro blanco – un Chery, creo que era. Pensé, el tipo salió y no se dio cuenta que el perro se vino atrás. Nos pasaba en casa de mamá con nuestra Cachita. Una vez desde arriba en Los Dos Caminos se vino tras de mí. Pasado el Parque del Este en la autopista fue que me di cuenta. Me paré en el hombrillo y la metí en el carro. Pero este hombre se paró en un semáforo, el carro que iba detrás de él, se paró al lado, bajó la ventanilla y aparece una mujer sonriendo que le comenta la ocurrencia del perro que en ese momento, sentado del lado de la puerta derecha, se yergue para asomarse a la ventana meneando la cola. Allí me convencí. Este tipo acaba de abandonar al perro. Como tantos otros en esta crisis. Estas circunstancias me sacan de mí. Abrí mi ventana y empecé a gritarle, confieso que como una desquiciada: ¡Desgraciado, lo abandonaste! Recoge al perro, lo van a matar en la calle. La mujer se asustó y se arrancó, y él también. Y yo decidí seguir al perro, que iba mandado detrás del carro, a ver si se paraba, al mismo tiempo que trataba de escoltarlo, para que no lo pisaran, mientras tocaba corneta. En el asunto, casi choco con una moto.
La persecución me llevó hasta el túnel de La Trinidad donde el perro agotado vio como el carro se perdía en la autopista. Me paré en medio del túnel al lado del perro, puse las luces de seguridad y tranqué el tráfico. Otro motorizado me comentó: Ese como que es el dueño que lo dejó. Traté por todos los medios de convencer al perro de que se metiera en el carro. Era grande, no pude cargarlo ni empujarlo por lo pesado, se resistió y por último se alejó en sentido contrario. Lo llamé hacia la puerta y nada. Con el corazón arrugado, tuve que irme. El tráfico trancado por mi culpa y quizás en riesgo de causar un accidente. Nadie se detuvo a ayudarme… Llegué llorando a casa de mi suegra que era dónde iba.
Pienso que abandonar así, a un animal, es peor que sacrificarlo en la consulta de un veterinario. La gente que hace estas cosas, quizás cree que los animales no sienten o que pueden sobrevivir de la basura y «vivir», y así se quitan el cargo de conciencia de matarlo, «sacrificarlo». Para mí, ese abandono es como matarlo dos veces. Vale más hacerlo sin dolor y de una manera que ni se dará cuenta. Creo que es más humano, y honesto. O por lo menos, honesto.
Al llegar a casa de mi suegra, luego de echar el lagrimón, reviso el tf. y veo una notificación de mi amiga virtual Viviane Nathan, narrando como un viejito del asilo donde está su mamá, pide que lo ayuden a morir en un instante de lucidez que le permite el Alzheimer. La enfermera le dice que no, que eso es pecado, etc. Un viejito, que a todas luces, según el relato, no sólo ha sido abandonado por la memoria.
Ando revuelta por dentro. ¿Es mejor la vida en abandono?
De vuelta a casa, rápido, un poco luego de las 12, encuentro las guarimbas con 5 pelagatos en cada una «trancando» ya no sé ni para qué, porque quienes vivimos en el Este de Caracas, somos mayoría en oposición a esta dictadura. Sí, sí, sí, la retórica de la lucha, de que a la calle no hay que abandonarla, etc… Sí, comparto que no hay que abandonar la protesta, la calle, etc., pero algo nos abandonó en estos días. No sé qué. Si la fe, la confianza, el respeto, la fuerza o nuestros líderes, que no hablan, no explican, no orientan, sino dicen lo que hay que hacer unos días en contradicción a los precedentes. Piden que no abandonemos la calle pero suena a que el abandono vino de ellos a sus seguidores. O eso sienten ellos, por lo que comentan en redes. Y no creo que los dirigentes anden «negociando», ni «vendiéndose». El abandono percibido es el del respeto conciudadano hacia quienes los eligieron para servir y por lo que están obligados a dar cuenta, deben hablar con transparencia de lo que ocurre y deben consultar las acciones a seguir.
El país abandonó la democracia en el momento en que votó por un militar golpista. Y hoy sufrimos las consecuencias de esa pérdida, en las múltiples decisiones de abandono que atestiguamos: perros y gatos en la calle, ancianos solos, niños en basureros y clínicas, gente que se va a otros países, gente que abandona partidos, instituciones, la calle, el voto, la fe en sus líderes.
No. No es mejor, la vida en abandono.
Y lo peor es que ya se está abandonando la esperanza, que según dicen, es lo último que se pierde.
Que desastre…
Que tristeza…
Besos y salud
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