Categoría: Política

Chávez o el terror en las palabras

Con estupor de nuevo veo en la pantalla del televisor imágenes que pensaría corresponden a otro país diferente del mío. Desde la distancia, con horror de nuevo leo en la prensa digital venezolana cómo varios periodistas fueron golpeados e insultados por los… ¿Cómo llamarles? ¿Manifestantes pro-gobierno, violentos (al estilo colombiano), bolivarianistas, chavistas, …? Se me acaban los eufemismos. ¿Por qué manifestantes a favor del gobierno utilizan la violencia y amenazas terroristas en contra de instituciones establecidas por el mismo gobierno? ¿Por qué líderes políticos del gobierno prometen huelgas de hambre y amenazan a aquellos que no siguen su línea de pensamiento?

A lo sucedido en estos últimos días en el país no se le puede tildar sino de terrorismo, simple y llanamente. Terrorismo verbal, terrorismo de bala. Amenazas verbales contra la vida y bienestar de las personas, y acciones violentas para amedrentar a aquellos que muestran una tendencia contraria a la política e ideología del gobierno.

Nunca pensé que aparte del terror de salir tarde en la noche, tuviera ahora que considerar en mi país el terror a disentir. A escribir un artículo y declarar “yo opino”.

Durante su lanzamiento como líder político civil, su campaña y su posterior victoria me asombraba la cantidad de personas vinculadas a oficios intelectuales como la escritura, la enseñanza y el pensamiento que apoyaban enardecidamente a Chávez. Muchos de ellos hoy denuestan de él y lo bañan de improperios en cada oportunidad o son miembros activos de la oposición.

El discurso estuvo allí desde el principio, sembrando rencor, odio social, odio racial, … intolerancia y violencia a través del irrespeto, el flagrante insulto. Las palabras usadas sin ningún tipo de conocimiento o consideración hasta cambiaron de connotación en su uso cotidiano. No hacía falta ser Umberto Eco para darse cuenta. ¿Era producto ese lenguaje de su proveniencia humilde y llanera? ¿Un toque folclórico de su habilidad coplera nada más, cómo algunos justificaban?

La preocupación que me causaba oírlo hablar no era porque formase parte de la “élite privilegiada”, de la clase media o porque su colorcito no me complaciera (yo también tengo mi colorcito), sino porque realmente me daba miedo lo que decía. Y ese miedo se ha hecho realidad.

Terror en las palabras

Mucha gente, no chavista, en un principio subestimó el lenguaje usado por el presidente. Creyeron que el palabrerío de cada discurso sería llevado por el viento y que todo, después de la resaca del día siguiente, sería olvidado. Luego vinieron la primera invasión, la ley de tierras, el decreto sobre la educación. Hoy, esa gente que sencillamente no era partidaria de Chávez porque prefería otra opción es hoy anti-chavista. Porque esas amenazas que parecían sólo producto del enardecimiento de los mítines con el tiempo se fueron volviendo realidad.

El presidente se ha convertido, para mí, en el terror en las palabras. El terror a perder libertades y derechos. El terror a ser agredido por el color de la piel, por el estatus social, por la diferencia de opiniones. El terror a ser perseguido, espiado, el terror a ser invadido, despojado de la propiedad o incluso de la nacionalidad, el terror, en fin a perder los derechos humanos que Venezuela refrenda en su constitución, pero que al parecer son letra muerta para los decires del presidente y sus acólitos.

Pensar que su discurso no es premeditado sería caer en la misma ingenuidad anacrónica en la que cayeron los despechados de su “traición”, hoy acérrimos anti-chavistas.

A las palabras del presidente no se las ha llevado el viento, ahora tenemos grupos paramilitares terroristas en el país gracias a su verbo. Grupos con nombre que se arrogan el privilegio de estar más allá de Dios y el Diablo, que están segurísimos de tener la razón sin cabida para ninguna duda. Grupos que brindan conferencias de prensa, portan armamento militar de alto calibre y poder de destrucción. Grupos que dan los nombres de los que están en su diana.

Sin duda es urgente e importante saber quién está detrás de estos grupos y de otros que seguramente surgirán, quién los financia, etc.

Pero, así como el presidente hace y deshace con las palabras sin ningún tipo de mesura, así también la otra cara de la moneda, la de la oposición también me hace erizar de alarma.

La otra cara, el otro verbo que es el mismo

La violencia verbal del presidente, es seguida de cerca por la de sus detractores. El insulto fácil aflora en declaraciones y artículos. El juicio terminante en el texto periodístico.

Existe un círculo vicioso ya de no decir nada sino que Chávez es esto o lo otro, lo cual es fácil. Difícil es mantenerse en la mesura, en cuidar el vocabulario porque las palabras son también armas y así como el verbo presidencial ha hecho aflorar el resentimiento social, racial y político, en muchos casos el de la oposición no contribuye en nada a lo contrario.

Estos son tiempos peligrosos. Transición, guerra civil, golpe, matar son palabras en la boca de todos. Casi como mantras están siendo pronunciadas y de seguir siéndolo conjugarán realidades. La tentación de usar los espacios de discusión para contestar al insulto y expresar la indignación con otro insulto está ahí. La rayita que hay que cruzar es demasiado débil y tenue, casi invisible.

La diferencia está en el detalle, en el detalle de las palabras. Las palabras pueden erigir religiones, y construir universos. Las palabras también pueden matar. Pueden matar gente pero también pueden destruir gobiernos.

Y ahora la palabra miedo aflora en la duda… y si estos nuevos grupos de nombre pintoresco y corte terrorista, en realidad, no tuvieran nada que ver con el gobierno o la oposición. Y si realmente fueran estos grupos, unos espontáneos inspirados por la actual situación y las impunidades del 4 de febrero, 27 de noviembre, 11 de abril y demás fechas, que están también buscando su protagonismo histórico, que tratan de tomar el timón.

¿“Las armas están en el pueblo”, señor presidente?

Auto-ayuda criolla o el poder está dentro de los venezolanos

Al leer el periódico me he sentido conmovida al enterarme del acto de fe en la oración que millares de ciudadanos ejercieron este domingo 16 de febrero. Me sentí conmovida pero también conmocionada por la posibilidad de que el país no vea sino en rezar y pedir a Dios por paz y reconciliación la última acción posible.

Además de leer la reseña de este evento, leí la entrevista de Chefi Borzacchini a Antonio Polito. Yo no lo niego ni me da pena, me encantan los horóscopos, las cartas, los cristales, el fen-shui y cualquier cosa que tenga que ver con lo natural y paranormal, así como todo lo que tenga que ver con la religión (todas ellas). Pero sentí el mismo desasosiego, ¿será que nos asiremos a las predicciones de Polito, Adriana u otro astrólogo para tener alguna esperanza de resolución del conflicto que vivimos? Debo decir que me encantan los consejos dominicales en el horóscopo de Adriana, como “la libertad no se mendiga” o “el futuro lo decides tú”.

Una vez una amiga me preguntó si no había leído los libros de Louise Hay, especialmente El poder está dentro de tí en ocasión de comentarle algunos problemas personales que venía teniendo en esos momentos. Yo le contesté que conocía el libro y que me había tocado promoverlo para Editorial Pomaire en su momento, que había comenzado a leerlo pero que, como me pasa con cualquier literatura, si no está bien escrita me descorazono y la abandono. Y que ello me pasaba con casi todos los libros de autoayuda… del primer capítulo generalmente me cuesta pasar. Ella me replicó que a veces bien vale el esfuerzo y que de vez en cuando algo de auto-ayuda no viene mal para salir adelante, porque algunos de los tipcitos son iluminadores para resolver situaciones que venimos atravesando. Pero, mosca, que esos tipcitos no tienen nada que ver con los otros de procedencia dudosa que recibimos por correo electrónico sin pedirlos.

Al recordar esta conversación se me quitó la desazón que sentía. Porque cualquier camino constructivo que busquemos para proveernos de fuerza moral frente a lo que está sucediendo es válido. Mucho más ahora que tenemos restricciones con el cambio y se nos viene encima una ley que nos impedirá decir “yo opino en contra de” o “difiero de” o “yo denuncio”. Y por favor dejemos los eufemismos y la discusiones de semántica. El control de cambio nos refresca en la memoria las restricciones aplicadas por Lusinchi a los medios cuando denunciaban los desmanes de su amante, hoy señora esposa; y la Ley de Contenidos está en contra de lo que aprendemos en cualquier escuela de comunicación social acerca de los derechos a informar y a recibir información. Enseñanzas y principios que parecieran haberle pasado por encima a Juan Barreto, y olvidado por las otrora leyendas del periodismo nacional de quienes tenemos libros y artículos publicados sobre la materia pertenecientes hoy a la realidad de la dimensión desconocida.

Pero todo en esta vida se devuelve, y así como la constitución nacional le está rebotando en la cara a su creador, causándole más de un dolor de cabeza, también lo harán estas medidas, porque nada a la fuerza y en contra de la voluntad de la mayoría perdura y ahí no hay sable que valga, envainado o no. Esto no sólo es un principio del budismo sino una de las leyes de la física, de la metafísica y de la sabiduaría popular: toda acción tiene su reacción, o lo que se hace se devuelve dicho en términos más ligeros.

Con esto que escribo no quiero hacer para nada mofa o restarle importancia a la auto-ayuda, si no lo fuera Oprah no estaría en los papeles y el género no fuera de los más leídos en el mundo entero constituyéndose en el negocio que es. Lo que quiero es tocar el tema de nuestro desasosiego sin la histeria cuasi asesina que ha invadido nuestras emociones en contra del gobierno y sus adeptos, poco saludable por lo demás para todos y la situación en general.

Es difícil no polarizarse en las actuales cirscunstancias, la ecuanimidad de los artículos de Tulio Hernández me deslumbran porque otros columnistas han dejado dicha ecuanimidad para tomar posición definida, declarada y abierta en contra del presidente, dejando de lado el tapujo de adjetivar profusamente acerca de su genio y figura. Y ojo no critico esa ecuanimidad porque es justamente posiciones ecuánimes las que nos pueden ser de más crítica asistencia a la hora de auto-ayudarnos.

¿Cuál sería entonces la mejor auto-ayuda en estos tiempos de cólera? Hablo tonterías, no hay ninguna mejor que otra y todas son buenas porque nacen del espíritu de unidad frente a lo adverso. Es verdad, la gente está deprimida, angustiada y bajo estrés pero reunirse en una marcha a corear consignas es tan terapéutico como caerle a golpes a la foto del jefe como hacen los ejecutivos japoneses y de paso más constructivo. Reunirse a coser banderas, a pintar consignas en pancartas y a firmar nos refuerzan el sentido de importancia de nuestra participación como ciudadanos y dispara nuestra autoestima como venezolanos a lo más alto. Son acciones para construir, elevar el espíritu y dar fuerzas para seguir adelante.

La fase de negación o “denial” como dicen los gurús americanos en “self-help” está pasando. Se está saliendo del sentimiento de incredulidad y resistencia ante la realidad y se están tomando acciones pensadas y concretas para no dejarse vencer por ella. Hay quienes están trazando estrategias de acción. Nadie está esperando al nuevo mesías para liderar a la oposición o cualquier posición con miras a enfocar al país en el rumbo del desarrollo. Quien espere al hacedor de milagros se engaña.

Necesitamos un organizador. No nos hacen falta más CAPs o hugorafaeles que seguir y adorar como semidioses incondicionalmente más allá del bien y del mal. La gente ya no va a ir a votar por un carisma sino por un plan coherente que eleve su nivel de vida. La aprobación de un control de cambio o una Ley de contenidos es creer todavía que el poder es eterno.

Despues de cuarenta años de borreguismo y 4 de catarsis quintorepublicana se sabe lo que se puede hacer, lo que se puede alcanzar en unidad con la participación ciudadana dentro de un espíritu cívico y civilista. Ahora se construirá la estrategia. Se está en eso. No hace falta perder tiempo en darle nombres al gobierno y al presidente. Ni tampoco en preguntarse porqué está pasando esto o porqué a nosotros. Ello no cambia la realidad. Tratar de explicar que la libertad tiene múltiples rostros a quien solo ve su propia cara en ella es un ejercicio fútil.

La participación ciudadana ya no se limita a una vez cada 3, 4, 5 o 6 años. Ni está supeditada a la letra constitucional. De ahora en adelante el verdadero poder, el del quita y pon está en la calle. Y se hará presenta cada vez que haga falta. La soberanía de la gente y el poder intrínseco de su voluntad no es metáfora con la cual se pueda jugar.

Los amigos y su apoyo son bienvenidos, pero la ayuda, la verdadera está dentro de nosotros y es lo que se ha estado haciendo y se seguirá haciendo. El poder está dentro de los venezolanos, porque nadie más tiene responsabilidad sobre el país. Aquellos que promovieron un cambio están siendo víctimas de él, porque jamás lo internalizaron ni proyectaron. Las palabras se quedaron cortas y la visión se quedó miope. Pero el cambio llegó y se queda. Ya no tiene dueño ni nombre. Es de todos.

En búsqueda del país perdido: Un guarapo en el corazón

1. El 10 de octubre de 2002

E-mail 1

¡Hola familia! ¿Cómo están?

Por aquí estamos bien, aunque bastante preocupados y confundidos por lo que está pasando en el país. Como les conté, la semana antepasada, luego de una calentera que me dio con la compañía, renuncié. La cosa es que por lo visto mi renuncia causó mucha alarma a los jefes daneses y me asomaron la posibilidad de contratarme y estacionarme aquí o en otro país para el año próximo. Sin embargo, de esto no sabré nada hasta dentro de unas semanas. Lo que pasa es que no me provoca quedarme. A pesar de que cada vez está peor lo que se lee y ve del país, me provoca más irme y estar allá. Aparte de que extraño demasiado a mi familia y amigos, este país es peor que Venezuela y no representa nada interesante para mí. Quizás no sea el momento más conveniente para regresar, pero de alguna manera siento que es el momento más importante para estar todos juntos. Por otro lado, no me siento tampoco apegada al trabajo. La verdad es que me quiero volver, pero para tomar la decisión necesito saber de la opinión de todos ustedes. Así que por favor escríbanme para saber qué piensan.

E-mail 2 (respuesta)

Querida hermana:
Bueno, no sé que decirte, si bien estoy clara en que debes salir de ese país, también estamos claros que la cosa está aquí peor cada día que pasa, aquí no se respira esperanza, aunque más bien aquí en el día de hoy específicamente, en que estoy atrapada en mi trabajo porque no puedo ir a la marcha, ya que hay que atender a la gente invisible que debería estar entrando a comprarse un carro, veo a la gente motivada y con un rayito de luz en sus rostros. Podríamos llamar a esto una revolución, la gente sale de sus oficinas a marchar juntas y hasta se mandaron a hacer franelas. Como el paso está trancado por Los Dos Caminos y Altamira, la gente se mete por Los Ruices. Es impresionante cómo pasa la gente con sus banderas, eufórica. ¡Estoy histérica porque no puedo ir a la marcha! Bueno, pero a lo que iba, si pienso egoístamente y como una familia unida, me encantaría que estuvieras aquí con nosotros y que tuvieras la oportunidad de ir a la marcha, pero no sé si debemos ser menos patriotas y familiares y pensar racionalmente en que debes irte donde tengas oportunidades de criar a tus hijos con tranquilidad y con seguridad y que puedas salir a la calle sin mirar atrás, qué te puedo decir… la cosa está cada día más fuerte. Bueno, hermana, aunque usted no lo crea ha entrado un cliente, vamos a ver si se vende algo en un día como hoy.

2. Allá bien lejos

Esta es más o menos la versión de los dos e-mail que intercambié en los días de la marcha del 10 de octubre del año pasado y los cuales creo que resumen en gran medida los sentimientos contradictorios de amor al país, esperanza, frustración y miedo en que hemos vivido todos los venezolanos adentro y afuera del país.

Esa excitación por esa marcha así como por otras ya no se lee en comentarios o artículos. Los despidos masivos de PDVSA, el cinismo del gobierno ante asesinatos y abusos de una u otra manera relacionados con el oficialismo, sea porque han sido «supuestamente» perpetrados por seguidores del mismo o porque inevitablemente se les relaciona con el discurso inflamatorio del presidente, las posturas extremas y decididamente de baja estatura de unos líderes de oposición que a veces se nos confunden por la calaña del lenguaje con algunos oficialistas, no dejan de causar incredulidad, asombro y tristeza.

Ya no recibo respuestas esperanzadoras y entusiastas de mi familia y amigos, aunque sí la voluntad resignada de seguir para adelante a pesar de las circunstancias. De alguna forma se oyen voces con el mismo espíritu en la prensa tratando de animar una mayoría que se percibe desalentada.

Aquí en mi oficina ugandesa, ese pasado octubre, le enseñé a mi compañero de trabajo, la foto de la marcha tomada por Ramón Grandal y publicada en El Nacional Digital. Me complació su asombro de que esa manifestación tan grande haya sido pacífica. Un hecho así no se muestra factible en una nación del Africa sub-sahariana donde todo se resuelve a tiros y machetazos sin que quede nada por dentro. El horror, la desgracia son cosas de todos los días y llega a límites inimaginables, causando el mismo estupor fantástico que las Torres Gemelas derrumbándose de forma apocalíptica provocaron en la psique de la civilización occidental. Sólo que este horror y desgracia africanas no cuentan con el apoyo ni el acceso a los medios que brinda espectacularidad a cuanto acontece en el mundo desarrollado. Son las historias del allá bien lejos.
Para nosotros, los que estamos fuera, el allá bien lejos de nuestra patria se encuentra grabado en nuestro corazón. Los ojos no dejan de aguarse viendo las fotos de la marcha, en admiración a la valentía y determinación de quienes participaron, envidiando la posibilidad de estar en ese acto y sintiendo que no importa la geografía que nos rodee, ni el confort y tranquilidad que nos provea, seguimos perteneciendo a esa idea contradictoria e inasible en palabras que significa ser venezolanos. Y por ello mismo se me siguen aguando los ojos cuando siento que la patria se nos va como un cheque en blanco al portador, en manos de cubanos, indios, iraquíes, en campañas de alfabetización que bien pudieran hacerse sin ayuda de nadie (recuerden ACUDE), con nuestra ex-tacita de plata PDVSA, aporreada y decididamente regalada en los secretos tecnológicos y alcances de su instituto a las aves de rapiña del comunismo periclitado de la isla de Cuba.

Para unos el cambio de pasaporte significó una salida a la angustia de la crisis y la inseguridad, a la angustia de criar a los hijos en el miedo a la delincuencia desatada y más adelantico al miedo a la mordaza, al autoritarismo, a la dictadura.

Para otros, los que no han cambiado pasaporte, salir es otra angustia: la de no estar allí con la familia y los amigos, con el país así sea con la resignada voluntad de seguir adelante a pesar de las circunstancias, de seguir manteniendo por encima de todo ética y solidaridad humanas, y la idea de venezolanidad y patria que teníamos (tenemos) que se refuerza y mantiene con cada desafuero de los bandos.

3. Ser venezolanos, ¿una raza?

Esta se la dedico a los racistas del país. A los que insisten en insertar sentimientos de odio donde no había y en negar hechos donde los hay. Seguir con la cantaleta de que somos el país ideal donde un negro en la calle oscura no da miedo, y pintarse el pelo de amarillo no abre más puertas a las mujeres es como querer hacernos los bobos. Pero una cosa es la discriminación racial por las cargas y fallas culturales y sociales que tengamos y otra el odio racial que lleva a blancos a matar negros como en el Ku Klux Klan o negros entre negros como casi todas las guerras africanas o soluciones finales como la de los nazis o el apartheid en Sudáfrica o un largo etcétera que causa horror y vergüenza a la humanidad civilizada.

Venezuela no era ni es una sociedad perfecta y tal cosa no existe. Pero una cosa es identificar una falla y tratar de arreglarla y otra fomentar algo que no había que era odio racial encaramándolo encima del resentimiento social. Y sí, hay racismo, unos lo han sentido más que otros, sin embargo.

Una vez que pisé este continente, el hecho de estar en un sitio exótico y mítico más como residente que como turista, haberme adentrado en la historia local y poder percibirla en las ruinas de pasadas guerras civiles, en las cicatrices de rostros, en las anécdotas de amigos, me produjo una revulsión interna.

En Venezuela era la rusa, aquí esta cosa tan loca de tener la combinación de apellidos tan disímiles como Kariakin con Ramírez provoca consternación en quien me pregunta.

La combinación de los periplos de una familia paterna que, escapando de revoluciones y guerras en la Europa del Este, llegó a la costa venezolana buscando paz y arraigo; con la sangre mestiza producto de un coronel de sangre española y una india de Caicara de Maturín y de una de sus hijas con un carupanero nieto de esclavos probablemente traídos de la costa angolana y provenientes del Congo; es algo que causa asombro en un país como éste donde la mezcla entre dos diferentes tribus es algo controversial y ni qué decirlo con otra raza como la blanca o la asiática. En una ocasión, al explicar esto me dijeron ¿Bueno, pero y entonces qué es lo que eres? La pregunta no fue hecha en tono de duda sino de insulto, porque aquí es más grave no tener un color definido que tenerlo.

Definitivamente creo que lo único que me puede definir en realidad es decir que soy venezolana y si esto puede establecerse como una raza que lleva grabada en sí una cultura pues qué bien.

Decir latina o hispanic como los gringos no es lo que mejor me define ni a mí ni a ningún venezolano, colombiano, peruano, argentino, chileno, uruguayo, cubano, brasileño, ecuatoriano, paraguayo, boliviano, guatemalteco, mexicano, panameño, dominicano, salvadoreño, costarricense, hondureño, nicaragüense, o puertorriqueño.

Lo que mejor me define es decir que soy venezolana.

Pero, ¿qué podrá significar eso de ser venezolana(o), hoy sentido como una suerte de contradicción cuando la gente habla de «territorio bolivariano» o de «venezolanos del mundo»? ¿Cuándo se habla de racismo?

Mi padre fue toda su vida un ruso apátrida. Nació en Alemania, de una familia que huyó de la revolución de octubre en Rusia. Se crió en Polonia donde vivió por casi 20 años. Ninguno de estos países jamás tuvo la generosidad de ofrecer una nacionalidad a ninguno de los exilados rusos. El país que los acogió (a mi familia) y les dio la oportunidad de trabajar luego de llegar con un par de maletas y voluntad de vivir fue Venezuela. El país que les dio una nacionalidad y un sentido de pertenencia a una tierra fue Venezuela. Luego del final del comunismo ruso y pudiendo recuperar su ciudadanía, mi padre descartó esa posibilidad por considerarla que no tendría ninguna ética de su parte. Su venezolanidad no sólo se hallaba en una cédula de identidad, sino en su biblioteca, donde los libros sobre nuestra historia ocuparon varios anaqueles así como su tiempo de lectura. También en la crianza que nos dio a sus hijas, rica en paseos por el país y amante de las tradiciones nacionales, especialmente las culinarias, donde la hallaca y la arepa estaban dentro de sus favoritas. Decir que no nos inculcó amor por nuestras raíces rusas sería mentir, pero jamás hizo sentir a sus hijas diferentes o ajenas a Venezuela. Papá murió casi de 74 años en 1998. Vivió en Venezuela por casi 51 años. Su muerte nos partió el corazón a todos: familia y amigos. En su momento creímos injusto que su vitalidad y energía se extinguieran tan terriblemente a destiempo. De alguna manera, hoy agradezco a la vida que no le permitiera ver lo que sucede en estos momentos. Valga este párrafo, pues, como pequeño homenaje no sólo a él sino a todos aquellos que no son venezolanos del mundo, sino de Venezuela.

Yo, entonces, no soy extranjera en mi país. Quien me considerara de esa manera tendría entonces que considerar a Bolívar de igual forma. Así como a la mayoría de los venezolanos que somos producto de mezclas azarosas. Allá la «rusa», aquí cualquier cosa desde italiana, india de la India, o cualquier nacionalidad que sugiera mi color marroncillo amarillento claro. Quién diría que tengo unas tías morochas a las que les dicen «la catira» y «la negra».

Contestar entonces la pregunta de lo que significa ser venezolano no es una tarea sencilla en estos momentos. Y cuestionar si se es o no en base a lo que ocurre ahora y por falta de identificación con el «proceso» es desgarrador por injusto. Más si encima se nos quiere revisar las encías y los árboles genealógicos a ver dónde está nuestra raíz racial.

En consecuencia, no me voy a molestar en intentar explicar qué es ser venezolano. Para mí, hoy, es como la fe que se tiene o no se tiene. Se es o no se es venezolano. Y no hay color o apellidos como garantía, Mister Charderton.

4. Último

Para aquellos que nos consideramos venezolanos por encima de cualquier bando, lo que está ocurriendo es lo que causará la verdadera revolución en Venezuela.

Estamos en el proceso, el verdadero, de descubrir eso que es la venezolanidad. De hacer de nuevo al país. Con cada insulto, con cada desmadre, con cada ponzoña esgrimida e inyectada. Unos dirán que es la sombra Junguiana del país que está aflorando a la cual hay que abrazar y aceptar para asimilarla y hacerla nuestra; otros, borgianos, dirán que nos enfrentamos a nuestra imagen invertida en el espejo la cual ya no sabemos si es la realidad o sólo un reflejo engañador, sólo aquel que queremos ver. Cada quien escoge la imagen que más le conviene.

También con cada marcha, con cada firma, con cada obra de arte, con cada libro, con cada gesto digno, con la solidaridad humana por encima de cualquier tolda política, con el respeto por el otro, con el reconocimiento del otro estamos haciendo de nuevo el país. En el intento y el éxito en algunos casos de aplacar la ira y el desaliento, de evitar la ofensa y el insulto dejando la arrogancia de lado, porque lo que pasa no es gratuito. Los esfuerzos no sólo deben ser políticos sino personales.

Ese guarapo que sentimos en el corazón es producido por el acto de conocernos de nuevo, de reforzar la idea de Venezuela que teníamos, de descubrir la que no conocíamos y tratar de entenderla. Es esa mezcla de agua y café que no es ni una cosa ni otra, un acto de contrición y rebeldía al mismo tiempo. La desazón y la maravilla.

Publicado en www.elmeollo.net

No a la violencia

La violencia no lleva a nada. Promoverla desde uno u otro bando, va en desmedro de nuestra democracia. No condenarla es hacerse cómplice. No importa el bando al que se pertenezca, la violencia es el recurso de la falta de argumentos, de la falta de voluntad para dialogar y buscar soluciones por la vía cívica.

No se justifican las agresiones que la oposición ha sufrido, tampoco los asesinatos de los dirigentes agrarios, ni los muertos del 11 de abril, ni los del 4 de febrero, ni los del 27 de noviembre, ni ningún acto violento que por motivos políticos ocurra en una sociedad democrática.

DEMOCRÁTICA con mayúsculas. Y eso nos lleva a preguntarnos entonces si realmente en Venezuela existe democracia, un sistema de derecho, y el respeto a las leyes y los demás.

El no a la violencia tiene que venir de ambas partes. Tiene que haber un compromiso de no usar la violencia y condenarla sea a quien sea que haya sido dirigida. Y los primeros que deben sentar el ejemplo al respecto son el Presidente, la Asamblea Nacional y los dirigentes de oposición. Pedir a gritos una intervención militar para acabar con el gobierno, es pedir a gritos sangre y es pedir a gritos un acto anti-democrático e ilegal.

Los diputados de la Asamblea Nacional son los representantes del pueblo. Cuando suceden hechos como el ocurrido a Estrella Castellanos y diputados declaran irresponsablemente al respecto o hacen mofa del dolor y el sufrimiento ajeno, diciendo que fue un “show” o un montaje, un plan de infiltrados de la oposición en el caso del 11 de abril, o que hay que ver si fueron actos del hampa común (!!!!!!) estos representantes lo son de cualquier cosa menos del pueblo.

Cabe preguntarse si son estos diputados realmente representantes del pueblo, de un partido político o los perros cancerberos de intereses ajenos al bienestar nacional y la gente de Venezuela.

Otra pregunta es si estos dirigentes realmente tienen una voz propia, si son autónomos en sus posiciones y pensamientos aunque su ideología se avenga a la del partido al que están suscritos.

Un poco de cordura y decencia humana no le vendría mal al oficialismo, para crear una apertura al diálogo en la oposición. No se trata sólo de las posturas del presidente, sino de los que lo siguen y forman parte del gobierno. Tampoco le vendría mal a la oposición moderar su lenguaje y poner inteligencia estratégica en su discurso y actividad política.

Gran parte de la oposición admite los grandes errores del pasado, pero la idea de los venezolanos al elegir este gobierno era que esos errores no se repitieran, que las necesidades de la gran mayoría fueran atendidas y aliviadas. Discursos de cadáveres políticos no crean confianza y refuerzan el apoyo del que aún goza el presidente por parte de la población.

Los venezolanos que eligieron este gobierno pensaron que tenían una voz que hablara y actuara por ellos, en su beneficio. No una voz que los amedrentara y que promulgara el irrespeto total a los derechos humanos garantizados en nuestra Constitución Nacional. ¿Qué es lo difícil de entender en esto?

Cualquier persona que se avenga a atentar contra la integridad física y moral de otra es un delincuente. No hay razones que lo justifique. Si es por motivos políticos es un acto de cobardía. Una respuesta al miedo que produce el adversario. Cualquiera que este sea.

Publicado por www.analitica.com