Es extraña esta llegada a Kenya. Me siento en casa.
En Dubai, una cajera del Duty Free, me pregunta por mi nombre. Que de dónde es. Le explico que es ruso. Me pregunta mi nacionalidad y le digo que venezolana. Que mi papá era ruso de origen y mi madre venezolana. Mira la cruz ortodoxa que me guinda del cuello y me pregunta si hablo ruso y le digo en ruso que un poquito. Me pregunta en ruso dónde vivo y le contesto que en Bangladesh. Me dice que yo la confundo y se ríe. Recuerdo a mi amigo mexicano, Cristóbal, que dice que soy una hippie de la globalización. Me encuentro con un amigo keniano en el avión de Dubai a Nairobi, conseguimos que alguien se cambie de sitio con él. Le cuento la historia de la cajera. No sabía que mi padre era ruso y le digo que cómo cree él que entonces parezco de la India, que la mezcla dió como resultado mi tipo. Nos reímos y le comento que en el aeropuerto en Dhaka, unas horas antes me hablaban en bangla asumiendo que soy bengalí, primera vez que me pasa en 3 años y medio. En Kenya es bastante típico que la gente de origen indio se dirija a mí en hindi o guyerati y algunos en swahili porque piensan que soy «asian«. No es que no parezca venezolana, en Venezuela me veo criolla, pero el resto del mundo no goza de tanta mezcla como nosotros. En el resto del mundo la apariencia coincide con los estereotipos que uno tiene de las nacionalidades. Pienso que quizás es que mi lenguaje del cuerpo, mis gestos a lo mejor ya no son de ninguna parte, ya no obedecen a ninguna localidad. Me mimetizo con las geografías. En Bangladesh asiento con la cabeza hacia un lado para decir que sí, uso mis cejas en Africa, levantándolas para lo mismo acompañadas de un Mmm, y mi inglés cambia de melodía según donde aterrice. Ayer le veo la cara de sorpresa a una peruana cuando le empiezo a hablar en español mientras exclamo ¡eres de mi parte del mundo!… Pero me quedo inquieta al notar que no me reconoció como tal a la primera mirada. Me preocupa este extrañamiento. Que aunque mi corazón padece de pertenencia, yo ya no lo parezca. Que me pueda sentir en casa en cualquier parte aunque la nostalgia por dentro, me mate.
Por posts como estos es que vivo enamorado de este blog años ha (cómo pasa el tiempo en la red).
Porque uno vive y viaja con su otredad, Kira. De esas mezclas deliciosas, anárquicas, pero que al final nos hacen, nos conforman y no paran de hacer combustión desde muy adentro, para moverse al ritmo del viajero.
Los senderos se bifurcan, pero te llevas los espejos. No le agrego nada más al escrito, mejor me devuelvo para leerlo nuevamente
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Creo que en realidad eso no es malo, al contrario, creo que es buenísimo poder sentirte cómoda donde quiera que estés, sin sentirte extraña ni fuera de lugar.
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Hermoso, alucinante, digo poder comunicarse de esa manera con tanta y diversa gente. La nostalgia nos recuerda de dónde venimos.Y eso creo es lo que tiene de bueno, ver el camino andado.
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Hola Kira! Sucede que, en mi interpretación, tu corazoncito es de aqui, de Venezuela, en el resto eres ciudadana del mundo…¿no es así? Gracias por las crónicas, muy de acuerdo con LuisCarlos!
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Sucede que el corazón siempre será del sitio que te vio nacer y sobre todo ser aunque ese ser se refuerce con las experiencias de vivir en otro lugar. Comprendo perfectamente lo que dices, me pasa a menudo aquí, en donde todos somos mexicanos, aunque seamos venezolanos, colombianos, puertorriqueños, filipinos.
No te preocupes, uno lleva la casa adentro.
Abrazos.
OA
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Kira, me has matado con este post. Besos.
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La fuerza del mestizaje que produce extrañamiento y otredad. Descripción perfecta de lo que he sentido mil veces…grazie
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Hermoso! Hermosísimo. Supongo que un blog también ayuda a sentirse en casa, (cuál de todas?) pero tus letras tienen un maravilloso acento caribe.
Abrazos desde nuestra furiosa ciudad…
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http://cronicasadestajo.zoomblog.com/comments/150642
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Hola Kira! siempre te leo! Otro post super interesante! te entiendo perfectamente! Te dejé un premio en mi blog :)
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Vengo del blog de caty a curiosear y me ha encantado, seguire pasando a leerte.
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