
El 27 de abril cumplí 48 años. Esta entrada debió haber aparecido en esa fecha, pero estaba muda en esos días y la mudez me duró hasta hoy que ya compelida por la necesidad de un grito aunque sea afónico me hizo tomar la computadora y terminar el borrador que empecé en esos días y que sólo alcanzó a un párrafo.
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4 veces 12. Difícil recordar mis 12 años. Soy complicada con los números pares. Los impares son siempre como más significativos. Me acuerdo de mis 13, de mis 25 pero no de mis 24. Y la cosa siempre es con los números terminados en 4, porque los terminados en 8 son el preludio terminante de esos hitos que fueron los 20, 30, 40 y los que vienen, y siempre me agrego un año por lo que se convierten en bienios terminados en 9. Aunque esta vez con los 48, tengo tendencia a pensar que ya tengo 50. Horror.
Balance complicado la llegada a los 48. Mi vida ha sido inesperada siempre. Quizás he pecado de hacerme muchas películas mentales, y ninguna ha resultado en realidad. Siempre soñé los hijos y hasta hace menos de un año atrás me aferraba a ese sueño que poco a poco se diluye, mientras el dolor de no tenerlos es una punzada diaria del luto que llevo dentro. Luego de un viacrucis de tratamientos y procesos que no puedo sino calificar de torturas físicas y psicológicas estoy llegando a términos con la traición de mi cuerpo. Quizás me acerque a la vía de la adopción, sí. Pero por favor abstenerse de comentar aquellos que ya tienen hijos y piensan que adoptar es como comprarse un cachorro. No lo es. Entraña otros procesos, consideraciones y un compromiso delicado para cualquier pareja, que ya a estas alturas de rondar los 50 se plantea interrogantes adicionales a las que una pareja joven sin poder tener hijos no se somete. En fin. No es un asunto que desee discutir acá, sólo repasarlo, establecerlo porque forma parte de estas revisiones que hago de mí misma con cada cumpleaños.
Cargo además por dentro el luto por el país. No sé si he perdido la fe que hasta hace poco tenía, testaruda. Ha habido un mundial de fútbol que como una droga abstrajo a todo el mundo de la tragedia de la muerte de estudiantes con tiros a la cabeza, de los que están detenidos y en régimen de presentación por protestar. Me pregunto ¿qué hacer?, ¿qué hacer para que la promesa de una lavadora o una «vivienda digna» sea menos contundente que la ruina del país?, ¿qué hacer para que el país recupere su civilidad, su carácter cívico y que toda esta simbología y lenguaje militares se queden en los cuarteles, que es donde deben estar como en cualquier país del mundo que se precie de civilizado?
Civilización. Ciudadanía. Qué necesarias esas palabras hoy día para Venezuela. Hemos sufrido una poderosa tergiversación de nuestra cultura idiosincrática, se han exacerbado nuestras cualidades negativas y se han convertido en el patrón moral de comportamiento. Un comportamiento que veo diariamente en la calle y que creo ya paradigmática: hombres orinando sin pudor en ella a cualquier hora. Hecho ramplón y simbólico. Nuestra ciudad es un vertedero, un basurero, un urinario público. No hay respeto a la calle: merece el olor a orín. Leí en alguna parte la anécdota de una señora que le pregunta a un guardia nacional que por qué apoya este régimen. A lo que éste le responde que ahora hay más libertad. Le pregunta que le dé un ejemplo y él le contesta que ahora se puede orinar en la calle sin sufrir castigo. El soldado que se orina al país. Lo dejo hasta aquí.
Amanecí con este sentimiento por dentro de vivir en la situación más ominosa que nos ha tocado. Siguen, porque ya es deber, las actividades culturales de «este lado», los sentimientos quizás ilusos de muchos del «falta poco», pero yo continúo sintiendo que estamos en una barca ciega navegando sobre el mar oscuro donde el kraken en cualquier momento nos terminará de ahogar.
Sí, hoy mi balance no es optimista. Tengo la certeza de que esto terminará algún día, pero para ser qué es mi incertidumbre.
Es triste lo que cuentas de Venezuela, pero lo peor es que tienes razón, yo también me pregunto hasta cuando va a aguantar la sociedad sin caer en un trágico conformismo y desesperación.
Felices 48!!!
Besos y salud
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Una vez en una clase de conversación de alemán, la profesora nos preguntó dónde había más libertades, donde se ponían límites a las personas o donde no. Te podría contar aquí la discusión que tuvimos, sin embargo, solo puedo describirte cómo me sentía progresivamente descompuesta, tras escuchar cómo ellos, los alemanes, se sentían bien por respetar sus límites tan disciplinadamente y se consideraban, en resumidas cuentas, más libres que nosotros.
Todos en aquel curso éramos personas provenientes de países que habían salido del comunismo, países con dictaduras, matanzas, pobreza, países donde tal vez no importa tanto orinarse en la calle, pero sí más decirle a los poderosos lo que sientes, lo que piensas de verdad.
Nunca las libertades son absolutas, cambiamos unas por las otras, y seguimos siendo como aquellos indígenas que creyeron que las cuentas de vidrio eran más valiosas que los collares de oro.
Por un momento me pregunté por qué las señoras de 40 años seguían allí estudiando infructuosamente un idioma que seguro odiaban, por qué éramos solo nosotros y no aquellos de esos países donde había libertades comerciales, donde había democracias, por qué estábamos allí, huérfanos, intentado no por placer hacernos con un idioma que no nos decía nada, viviendo en una cultura donde se nos ofrece la estabilidad, a cambio de otras cosas. De nuevo, esta vez, consideramos mejor cambiar el placer de ponernos el vestido ceñido de nuestra lengua y renunciamos a ella, para siempre. Seguimos cambiando unas cosas por las otras, el problema en Venezuela es que muchos no se han enterado hasta qué punto les va a salir caro el desigual traspaso.
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Gracias por tu comentario… En Venezuela conviven las fuerzas que desean un país libre de este régimen, unas a las que les parece que este régimen les ha reivindicado aunque sigan pasando trabajo y miseria, y las de aquellos que desean un país libre no de este régimen sino de cualquiera donde la mentalidad de lo fácil, del «merecimiento», de la viveza y el guiso impere. Tenemos un grave problema cultural idiosincrático. Difícil la tarea del progreso con esa desventaja encima.
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