
Un 9 de abril falleció papá. Era jueves santo. Algunos amigos no llegaron al entierro porque no estaban en Caracas. Falleció en 1998. Papá era ruso apátrida. Es decir, nació fuera de Rusia de padres partidarios del zar, exilados de la rusia soviética. Mi abuela y él siguieron teniendo ese estatus hasta que se nacionalizaron en los 70. Ya mi abuelo había fallecido. Hoy que se cumplen 16 años de la ausencia de mi padre pondero las cosas que no vio.
No vio las consecuencias del advenimiento del chavismo, lo cual le hubiera entristecido sobremanera ya que amaba nuestro país, le conocía bien y le agradecía que le hubiera dado pertenencia. No vivió mi ausencia durante la vida de expatriada que tuve por 10 años, ni la de mi hermana ahora. No vio el deterioro de la industria eléctrica venezolana a la que dedicó casi 50 años de vida profesional, prácticamente desde su llegada en el 47. No padeció el miedo de esta violencia.
No vio el auge de la era digital. Quizás no le hubiera gustado tanto, o quizás hubiera gozado navegando y averiguando cosas.
Tampoco vio a sus nietos. Ello le hubiera hecho feliz. Creo que mis hermanas y mi mamá lo vemos en el rostro de ellos, en el carisma que poseen.
Aunque le extraño tanto, no puedo pensar sino que su muerte a destiempo le libró también de mucha infelicidad. Por haber sido un hombre sin patria desde que nació hasta la adultez, hizo de ésta la suya. Era un ávido lector de libros de historia de Venezuela y de su botánica. Recuerdo nuestros paseos por el Parque del Este de niñitas y él coleccionando semillas en potecitos de metal de los que antes guardaban los rollos de fotografía. Llevaban etiquetas: flamboyant, bucare, jacaranda, caoba, cedro, acacia, jabillo, etc. Si hubiera podido hubiera tenido su jardín botánico personal y como señalé en alguna otra entrada del pasado, le encantaba dejar crecer matas inesperadas en el jardín a ver qué eran, así llegamos a tener un caobo, una péjua, un mamón, un apamate y un mango.
Hoy me detuve a recordarle, para aliviar la preocupación por este país que es mi país. Mi nombre extranjero no me suena sino a de aquí y ninguna parte más. Esta pertenencia es una certeza sin costuras.
El día anterior puse en mi estatus de facebook:
«La bondad es el poema de Dios» > Ayer en una sesión memorable de taller con Armando Rojas Guardia donde hablamos de budismo, cristianismo, de la inextricable conexión de las cosas, de la compasión, de la justicia y el orden de la razón en el cosmos, del caos, y por supuesto de Venezuela… Me llevó a pensar en la obra de Gego, de todas esas conexiones de sus reticuláreas, de la belleza en medio de la fealdad, en la esperanza y la fe, esta última base de todo lo que sostiene a muchos de nosotros. La fe basada en la bondad – Quería compartir esto y dejarlo en el aire en días en que la confrontación y la desazón son costumbre. Para la reflexión.
Y continúo el tejido de sentimientos con esta remembranza de mi papá. Mi papá era muy humano. Es decir, como todos nosotros era un ser con innumerables cualidades y faltas. Todo un personaje la verdad, un ruso tropical. En su esencia había bonhomía. No puedo dejar de pensar que su calidad de persona buena y querida, los valores que nos inculcó, han sido para mí y mis hermanas nuestra mejor herencia.
La fe que llevo se la debo a él, y claro, también a mi abuela, a mamá, mis hermanas, a mi esposo. Las andanzas por el mundo, las cosas duras que vivimos y vimos mi esposo y yo, así como las buenas me compelen a pensar en que, es así, la bondad es lo que hace mantener la fe y que la fe habita en la bondad.
Estos días nos hieren por los recuerdos de la iniquidad que ha vivido el país, por el descalabro de la justicia, por la costumbre al maltrato, el horror de las muertes de la violencia y el testimonio inédito de las producidas por la represión de la protesta que amplifica más aún ese horror. Hay que detenerse a pensar en la bondad y a sacar la fe de donde está, en el destierro que parece sufrir en estos días. Hay que pensar en lo bueno. En lo bueno que queremos todos para este país, y que aún está en nosotros, aunque nublado por tanta desazón. Hay que detenerse a sacar la bondad afuera para hacerla fuerte e imponerla duradera, inderrotable.
Que bello Kira, hermosisimo, mi padre llego del Libano a los 18 años de edad y también tomo a Venezuela como su patria , la amaba , murió hace 22 años a los 69 años , muy joven a mi parecer pero como tu dices yo también agradezco que no haya vivido esta debacle, destrucción , todos estos sinsabores. A el tambien le encantaba el Parque del Este lo fotografio hasta dos días antes de morir. Gracias por hacérmelo recordar con tu historia.
Un abrazo
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Gracias por compartir también el recuerdo de tu padre conmigo. Somos parte del mismo tejido.
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Yo me alegro mucho que me traigas a Ores a mi memoria. Fue un caballero en el sentido más amplio de la palabra y en donde se encuentre, se arreglará su corbata y dirá que los halagos son inmerecidos.
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Kira : Me emocionó mucho tu tejido. Me hizo ver a tu papá con su amplia sonrisa, sus ojos pícaros y su sentido del humor. Siempre recuerdo los gratísimos momentos compartidos alrededor de la mesa del comedor en tu casa, en donde tu papá nos embelesaba con todas sus historias. Es refrescante recordar aquellos bellos momentos en momentos tan difíciles como los que estamos viviendo. Gracias Kira querida por ese regalo de tu escritura y tus sentimientos. Carmen E.
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Kira, no tenía ninguna duda de que habíamos sido muchos los que habíamos estado sentados en el salón de tu casa, «embelesados» con las historias del Sr. Orest. Fue todo un honor y un amor conocerlo y poder compartir con él y con todas ustedes esas horas, esos días de tan agradables y calmadas conversaciones… aún cuando tu estabas fuera, seguía visitando a tu familia, y definitivamente él era un hombre memorable, de los que nunca se olvidan y se recuerdan siempre con una sonrisa, pero ustedes, han heredado todo su carisma y su hermosa forma de ver la vida…
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Kira, tu texto me trajo a colación, la partida de mi padre, hace dos años y 7 meses. Vi a mi padre en el tuyo, con eso del tiempo para hacer las cosas. Pues fue tambien mi padre un hombre que se fue aun con muchos deseos de hacer cosas, con muchas ganas de vivr, pese a que llevaba unos añitos encima (solo en la cédula, porque su cuerpo y su espíritu eran aun muy jóvenes). Por eso, agradezco haberme topado con este blog y esta entrada en particular, justamente hoy que he pensado tanto en mi amado padre. Gracias por compartir con valentía y ternura esas vivencias que hacen de este espacio, un lugar cálido e íntimo. Un abrazo!
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Gracias, Geraudí. El recuerdo de mi padre es una presencia constante.
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