58 + 3 días y un centenario

El 27 de abril cumplí 58 años y mi papá hoy hubiera cumplido 100.

No lo pasé tan bien. Un subidón de tensión iniciado el jueves y que se prolongó hasta el viernes entrada la noche me dejó el cuerpo sensibilizado y sumido en quebranto. La subida de tensión fue a niveles peligrosos y el susto fue mayúsculo. Sale dejar la «adultescencia«, la rebeldía ante el paso del tiempo que mina ánimo, salud y calma. No importa cuán mindful seas, ni cuánto camines o trotes, comas sano, no fumes ni bailes (o sí bailes) pegado. La realidad es que el progreso hacia la vejez desencadena pensamientos y miedos que encuentran caja de resonancia en el cuerpo. Y el cuerpo, a veces, suena durísimo.

Por supuesto, tuve miedo el viernes en la noche. Apenas el día anterior, en que ya venía desencadenado el malestar, me enteré de que una querida amiga, en Barcelona, había fallecido de un infarto fulminante. Ella apenas en los inicios de sus 40. Sana, espiritual, exitosa en su carrera, con un matrimonio hermoso, un esposo devoto y enamorado. Ambos con un proyecto de vida pensado y orquestado para su disfrute. Sin avisos de salud, sin nada que pudiera preverse, ella falleció minutos después de hablar con su esposo cosas del día. No hubo tiempo.

Tiempo. Se va rápido. La juventud se va con él. Y es extraña esa añoranza porque la juventud entra en un marco temporal que ya no es posible repetir. No quisiera ser joven hoy en día. El mundo no expone un futuro lleno de posibilidades brillantes, sino más bien ominosas. Todo es amenazante, guerras, cambios planetarios del clima, ecosistemas heridos o perdidos, hambre, polución, sobrepoblación. No es que todo esto no existiera hace 30 años, sino que no se sentía inmediato y urgente, no se atestiguaba el horror. Era algo escrito en un periódico o reseñado con retraso en la tv. Hoy la conexión con los hechos del mundo es inmediata y agobiante.

Mi juventud la tengo atesorada en mi recuerdo y me conmueve un poco la candidez con la que afronté la vida en ese entonces. Mi conexión con el mundo era diferente y luego de unos años en que estuve hiperconectada, decidí dejar de estarlo. Eliminé redes de mi teléfono y poco a poco me he propuesto leer más, releer, escribir más, contemplar más, observar el jardín y enterarme diariamente de alguna noticia que me regale ese pequeño universo de la casa.

En estos días, encontré dos escarabajos verde-metálico. Presencié el intenso baile de cortejo de una paraulata. Una ranita se asomó en el porrón de agua donde recupero una orquídea y hoy un pajarito nuevo llegó al comedero que tengo en la ventana. Estos son hechos del mundo también, del universo inmediato que llamé durante un tiempo «el pequeño universo» en algunas entradas de mis redes, hoy casi abandonadas. Es con lo que quiero estar conectada.

El susto que me llevé, borró tanta información inútil y puso en evidencia la futilidad de tantas cosas a las que damos importancia, que sólo roban ese tiempo precioso que se va tan rápido.

Papá falleció hace 26 años, y hoy hubiera cumplido 100. Se murió a pocos días de sus 74, un 9 de abril. He pensado mucho en él, puede decirse que por 40 años llevó una vida muy intensa y luego se asentó, tuvo familia, buenos amigos, trabajó con dedicación para la industria eléctrica de este país. Apenas dos meses después de jubilarse, la enfermedad lo agredió y se lo llevó dos años más tarde. Recuerdo que papá estaba desconcertado ante su confrontación con la muerte. Era un hombre de mucha vitalidad, de una juventud espiritual asombrosa. Aunque la guerra le robó juventud en tiempo y tuvo que rehacer su vida en un país lejano y extraño, no le dañó el espíritu. A este país lo convirtió en suyo, y hasta agradezco que no haya visto el declive, desesperanzador, que todos hemos atestiguado.

A veces me pregunto qué hubiera pasado si papá no hubiera fallecido en el 98. Y luego pienso, pues hubiera fallecido en otro momento, es poco probable que hubiera llegado a la centuria. Es difícil imaginar ese escenario, pero papá tuvo una vida rica, intensa, y aunque no exenta de decepciones y tristezas hacia el final, creo que en suma fue bien vivida.

Ayer, después de mi susto, pensé que, aunque hay mucho que aún deseo hacer, viajes, libros que escribir y cosas que saber, si tuviera que partir definitivamente, sé que dejaría a mi esposo, familia y amigos, desolados, quizás enojados por no cuidarme más a mí misma. Pero hasta ahora creo haber vivido bien, me siento contenta, satisfecha, lo cual no significa que no desee mejorar cosas o que sea intensamente feliz, pero estoy asentada en la vida con mis afectos y sin frustración, no deseo realmente que sea diferente o que lo haya sido. Los años que pasé en el extranjero fueron intensos e interesantes, y los que he pasado aquí también, con las altas y bajas que hacen que la vida no sea aburrida.

Esto, por supuesto, no es ni quiere ser una declaración de despedida. Por si acaso. Sólo es la reacción a ese llamado de atención del cuerpo, que avisa de la finitud inevitable de todos nosotros. Es el miedo a dejar de decir, el miedo a no haber dicho oportunamente, los te-quiero, los estoy-contenta, los te-doy-las-gracias. El miedo a la ausencia de uno mismo en este mundo, sin darse cuenta.

Addenda

En los 23 años, o algo así, que llevo este blog, he escrito en mis cumpleaños o alrededor de ellos algunas veces. Por aquí las entradas aniversarias que encontré.

56
Amanecida de 52
La barca ciega – 48 y un par de meses
Retomando palabras – hoy a 45 y 10 meses
Mi número 43
Mis 42 yoes… divagaciones de cumpleaños
41 en Kenya
Mis 40
Los 39

P.D: Es posible que esta entrada no esté impecablemente escrita, pero por los momentos me tiene sin cuidado.

Claro que me cantaron cumple, pero estaba esperolada. Todavía lo estoy un poco.

La foto del reloj solar, la tomé hace bastante tiempo en los jardines de Villa Planchart, si no me traiciona el recuerdo. Lo mismo que la de la mariposa.


Querida María Lourdes, donde estés, que tengas paz.
Dejaste amor y cariño a tu paso.


Un comentario en “58 + 3 días y un centenario

  1. Me conmovió y me hizo pensar en muchas cosas alrededor de la vida . La necesidad de ver más allá de uno mismo y ser más comprensivos y solidarios con las personas que nos rodean.

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