
Siento que debo irme para volver a pertenecer. Aunque la experiencia me indique que no importa cuantas veces me vaya, la pertenencia no será sino más que una ilusión.
Recuerdo que conversando con una querida sicóloga, la única vez que hice terapia, le comenté que nunca me he sentido totalmente ajustada a mis entornos. Que ese sentimiento de inadecuación es algo que me habita siempre, que pierdo de vista pistas de convivencia, que mis escalas de darle importancia a ciertas cosas son diferentes de las de los demás y ello provoca desconcierto en mí y los que me rodean (me sucede con frecuencia con familia, amigos, conocidos y extraños, incluso hasta con mi esposo).
Quisiera ser adecuada, ajustada, para no sentir que camino sobre cáscaras frágiles y que debo cuidarme de quebrarlas. A la inadecuación se le une la desazón frente a la duda y el desconcierto. Ello se traduce en lo que escribo, porque en mi vida interior proceso todo en un tiempo que pareciera no transcurrir. Lo constato cuando releo parte de mis diarios y encuentro que preocupaciones que tuve a los 20 años forman parte de las que aún tengo de casi 49, las cuales interpreto o valoro ahora desde otra perspectiva. La experiencia de vida nos va cambiando, por supuesto, pero la esencia de esas preocupaciones sigue igual. Preocupaciones existenciales sobre la vida, el dolor, la renovación, el amor, las tristezas, los principios, de las decisiones sobre lo que es importante y lo que no.
Quizás mi mayor lección de todos los viajes y vida afuera sea la aceptación. Deslastrarme de juicios. Valorando lo bueno en cada quien. Y ese es uno de los ejercicios mayores, un constante reto, porque somos una cultura que juzga, evalúa y critica todo, que ejerce y promueve la tolerancia pero no la aceptación. Y ya sabemos que a los viejos hábitos les cuesta morir. Esto de la aceptación es un aprendizaje constante. Se muestra como fundamental en este momento de historia que nos sobrepasa para poder entrar en un proceso de reconciliación con esta sombra de país. El camino es largo y el tiempo corto para ello.
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Sólo en dos ocasiones he dejado el blog desamparado por tanto tiempo. Por temporadas me entran pruritos de decir cosas como la anterior. Es decir, de desnudar cosas de mí. Una amiga hace unos días me dijo, quizás sea hora de dejar de lado tanta ponderación, la cautela. Sentirme en libertad de hacer lo que deseo y decir lo que pienso me es tan fundamental como respirar. Forma parte de la vocación de escribir. Y es cierto, hay mudeces que son sólo incapacidad de honestidad. O miedo a ella. Incapacidades y miedos restringen e inhabilitan la libertad. Por tanto, se hace imperativo para el despojo de limitaciones, no callar la pluma, no cerrar el cuaderno. Escribir lo vivido, vivir lo escrito.
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Realizaciones, constataciones que me tocan en abril, mes de tanto.
Ay Kira, entre lo histórico y lo mítico, bella como siempre. Besos!
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Me he sentido inspirado, en muchas frases identificado con las palabras y pensamientos cruzados…
@garciajhonatan
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Gracias por tu comentario y que te haya sido de alguna utilidad esta entrada me alegra. Sólo por ello vale la pena escribir.
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Claro que vale la pena escribir, querida Kira. NO sabemos cuándo (ni cómo) nuestras palabras van a tocar a los demás, brindando un rayo de luz (o un fogonazo estremecedor). Gracias.
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