En búsqueda del país perdido: Un guarapo en el corazón

1. El 10 de octubre de 2002

E-mail 1

¡Hola familia! ¿Cómo están?

Por aquí estamos bien, aunque bastante preocupados y confundidos por lo que está pasando en el país. Como les conté, la semana antepasada, luego de una calentera que me dio con la compañía, renuncié. La cosa es que por lo visto mi renuncia causó mucha alarma a los jefes daneses y me asomaron la posibilidad de contratarme y estacionarme aquí o en otro país para el año próximo. Sin embargo, de esto no sabré nada hasta dentro de unas semanas. Lo que pasa es que no me provoca quedarme. A pesar de que cada vez está peor lo que se lee y ve del país, me provoca más irme y estar allá. Aparte de que extraño demasiado a mi familia y amigos, este país es peor que Venezuela y no representa nada interesante para mí. Quizás no sea el momento más conveniente para regresar, pero de alguna manera siento que es el momento más importante para estar todos juntos. Por otro lado, no me siento tampoco apegada al trabajo. La verdad es que me quiero volver, pero para tomar la decisión necesito saber de la opinión de todos ustedes. Así que por favor escríbanme para saber qué piensan.

E-mail 2 (respuesta)

Querida hermana:
Bueno, no sé que decirte, si bien estoy clara en que debes salir de ese país, también estamos claros que la cosa está aquí peor cada día que pasa, aquí no se respira esperanza, aunque más bien aquí en el día de hoy específicamente, en que estoy atrapada en mi trabajo porque no puedo ir a la marcha, ya que hay que atender a la gente invisible que debería estar entrando a comprarse un carro, veo a la gente motivada y con un rayito de luz en sus rostros. Podríamos llamar a esto una revolución, la gente sale de sus oficinas a marchar juntas y hasta se mandaron a hacer franelas. Como el paso está trancado por Los Dos Caminos y Altamira, la gente se mete por Los Ruices. Es impresionante cómo pasa la gente con sus banderas, eufórica. ¡Estoy histérica porque no puedo ir a la marcha! Bueno, pero a lo que iba, si pienso egoístamente y como una familia unida, me encantaría que estuvieras aquí con nosotros y que tuvieras la oportunidad de ir a la marcha, pero no sé si debemos ser menos patriotas y familiares y pensar racionalmente en que debes irte donde tengas oportunidades de criar a tus hijos con tranquilidad y con seguridad y que puedas salir a la calle sin mirar atrás, qué te puedo decir… la cosa está cada día más fuerte. Bueno, hermana, aunque usted no lo crea ha entrado un cliente, vamos a ver si se vende algo en un día como hoy.

2. Allá bien lejos

Esta es más o menos la versión de los dos e-mail que intercambié en los días de la marcha del 10 de octubre del año pasado y los cuales creo que resumen en gran medida los sentimientos contradictorios de amor al país, esperanza, frustración y miedo en que hemos vivido todos los venezolanos adentro y afuera del país.

Esa excitación por esa marcha así como por otras ya no se lee en comentarios o artículos. Los despidos masivos de PDVSA, el cinismo del gobierno ante asesinatos y abusos de una u otra manera relacionados con el oficialismo, sea porque han sido «supuestamente» perpetrados por seguidores del mismo o porque inevitablemente se les relaciona con el discurso inflamatorio del presidente, las posturas extremas y decididamente de baja estatura de unos líderes de oposición que a veces se nos confunden por la calaña del lenguaje con algunos oficialistas, no dejan de causar incredulidad, asombro y tristeza.

Ya no recibo respuestas esperanzadoras y entusiastas de mi familia y amigos, aunque sí la voluntad resignada de seguir para adelante a pesar de las circunstancias. De alguna forma se oyen voces con el mismo espíritu en la prensa tratando de animar una mayoría que se percibe desalentada.

Aquí en mi oficina ugandesa, ese pasado octubre, le enseñé a mi compañero de trabajo, la foto de la marcha tomada por Ramón Grandal y publicada en El Nacional Digital. Me complació su asombro de que esa manifestación tan grande haya sido pacífica. Un hecho así no se muestra factible en una nación del Africa sub-sahariana donde todo se resuelve a tiros y machetazos sin que quede nada por dentro. El horror, la desgracia son cosas de todos los días y llega a límites inimaginables, causando el mismo estupor fantástico que las Torres Gemelas derrumbándose de forma apocalíptica provocaron en la psique de la civilización occidental. Sólo que este horror y desgracia africanas no cuentan con el apoyo ni el acceso a los medios que brinda espectacularidad a cuanto acontece en el mundo desarrollado. Son las historias del allá bien lejos.
Para nosotros, los que estamos fuera, el allá bien lejos de nuestra patria se encuentra grabado en nuestro corazón. Los ojos no dejan de aguarse viendo las fotos de la marcha, en admiración a la valentía y determinación de quienes participaron, envidiando la posibilidad de estar en ese acto y sintiendo que no importa la geografía que nos rodee, ni el confort y tranquilidad que nos provea, seguimos perteneciendo a esa idea contradictoria e inasible en palabras que significa ser venezolanos. Y por ello mismo se me siguen aguando los ojos cuando siento que la patria se nos va como un cheque en blanco al portador, en manos de cubanos, indios, iraquíes, en campañas de alfabetización que bien pudieran hacerse sin ayuda de nadie (recuerden ACUDE), con nuestra ex-tacita de plata PDVSA, aporreada y decididamente regalada en los secretos tecnológicos y alcances de su instituto a las aves de rapiña del comunismo periclitado de la isla de Cuba.

Para unos el cambio de pasaporte significó una salida a la angustia de la crisis y la inseguridad, a la angustia de criar a los hijos en el miedo a la delincuencia desatada y más adelantico al miedo a la mordaza, al autoritarismo, a la dictadura.

Para otros, los que no han cambiado pasaporte, salir es otra angustia: la de no estar allí con la familia y los amigos, con el país así sea con la resignada voluntad de seguir adelante a pesar de las circunstancias, de seguir manteniendo por encima de todo ética y solidaridad humanas, y la idea de venezolanidad y patria que teníamos (tenemos) que se refuerza y mantiene con cada desafuero de los bandos.

3. Ser venezolanos, ¿una raza?

Esta se la dedico a los racistas del país. A los que insisten en insertar sentimientos de odio donde no había y en negar hechos donde los hay. Seguir con la cantaleta de que somos el país ideal donde un negro en la calle oscura no da miedo, y pintarse el pelo de amarillo no abre más puertas a las mujeres es como querer hacernos los bobos. Pero una cosa es la discriminación racial por las cargas y fallas culturales y sociales que tengamos y otra el odio racial que lleva a blancos a matar negros como en el Ku Klux Klan o negros entre negros como casi todas las guerras africanas o soluciones finales como la de los nazis o el apartheid en Sudáfrica o un largo etcétera que causa horror y vergüenza a la humanidad civilizada.

Venezuela no era ni es una sociedad perfecta y tal cosa no existe. Pero una cosa es identificar una falla y tratar de arreglarla y otra fomentar algo que no había que era odio racial encaramándolo encima del resentimiento social. Y sí, hay racismo, unos lo han sentido más que otros, sin embargo.

Una vez que pisé este continente, el hecho de estar en un sitio exótico y mítico más como residente que como turista, haberme adentrado en la historia local y poder percibirla en las ruinas de pasadas guerras civiles, en las cicatrices de rostros, en las anécdotas de amigos, me produjo una revulsión interna.

En Venezuela era la rusa, aquí esta cosa tan loca de tener la combinación de apellidos tan disímiles como Kariakin con Ramírez provoca consternación en quien me pregunta.

La combinación de los periplos de una familia paterna que, escapando de revoluciones y guerras en la Europa del Este, llegó a la costa venezolana buscando paz y arraigo; con la sangre mestiza producto de un coronel de sangre española y una india de Caicara de Maturín y de una de sus hijas con un carupanero nieto de esclavos probablemente traídos de la costa angolana y provenientes del Congo; es algo que causa asombro en un país como éste donde la mezcla entre dos diferentes tribus es algo controversial y ni qué decirlo con otra raza como la blanca o la asiática. En una ocasión, al explicar esto me dijeron ¿Bueno, pero y entonces qué es lo que eres? La pregunta no fue hecha en tono de duda sino de insulto, porque aquí es más grave no tener un color definido que tenerlo.

Definitivamente creo que lo único que me puede definir en realidad es decir que soy venezolana y si esto puede establecerse como una raza que lleva grabada en sí una cultura pues qué bien.

Decir latina o hispanic como los gringos no es lo que mejor me define ni a mí ni a ningún venezolano, colombiano, peruano, argentino, chileno, uruguayo, cubano, brasileño, ecuatoriano, paraguayo, boliviano, guatemalteco, mexicano, panameño, dominicano, salvadoreño, costarricense, hondureño, nicaragüense, o puertorriqueño.

Lo que mejor me define es decir que soy venezolana.

Pero, ¿qué podrá significar eso de ser venezolana(o), hoy sentido como una suerte de contradicción cuando la gente habla de «territorio bolivariano» o de «venezolanos del mundo»? ¿Cuándo se habla de racismo?

Mi padre fue toda su vida un ruso apátrida. Nació en Alemania, de una familia que huyó de la revolución de octubre en Rusia. Se crió en Polonia donde vivió por casi 20 años. Ninguno de estos países jamás tuvo la generosidad de ofrecer una nacionalidad a ninguno de los exilados rusos. El país que los acogió (a mi familia) y les dio la oportunidad de trabajar luego de llegar con un par de maletas y voluntad de vivir fue Venezuela. El país que les dio una nacionalidad y un sentido de pertenencia a una tierra fue Venezuela. Luego del final del comunismo ruso y pudiendo recuperar su ciudadanía, mi padre descartó esa posibilidad por considerarla que no tendría ninguna ética de su parte. Su venezolanidad no sólo se hallaba en una cédula de identidad, sino en su biblioteca, donde los libros sobre nuestra historia ocuparon varios anaqueles así como su tiempo de lectura. También en la crianza que nos dio a sus hijas, rica en paseos por el país y amante de las tradiciones nacionales, especialmente las culinarias, donde la hallaca y la arepa estaban dentro de sus favoritas. Decir que no nos inculcó amor por nuestras raíces rusas sería mentir, pero jamás hizo sentir a sus hijas diferentes o ajenas a Venezuela. Papá murió casi de 74 años en 1998. Vivió en Venezuela por casi 51 años. Su muerte nos partió el corazón a todos: familia y amigos. En su momento creímos injusto que su vitalidad y energía se extinguieran tan terriblemente a destiempo. De alguna manera, hoy agradezco a la vida que no le permitiera ver lo que sucede en estos momentos. Valga este párrafo, pues, como pequeño homenaje no sólo a él sino a todos aquellos que no son venezolanos del mundo, sino de Venezuela.

Yo, entonces, no soy extranjera en mi país. Quien me considerara de esa manera tendría entonces que considerar a Bolívar de igual forma. Así como a la mayoría de los venezolanos que somos producto de mezclas azarosas. Allá la «rusa», aquí cualquier cosa desde italiana, india de la India, o cualquier nacionalidad que sugiera mi color marroncillo amarillento claro. Quién diría que tengo unas tías morochas a las que les dicen «la catira» y «la negra».

Contestar entonces la pregunta de lo que significa ser venezolano no es una tarea sencilla en estos momentos. Y cuestionar si se es o no en base a lo que ocurre ahora y por falta de identificación con el «proceso» es desgarrador por injusto. Más si encima se nos quiere revisar las encías y los árboles genealógicos a ver dónde está nuestra raíz racial.

En consecuencia, no me voy a molestar en intentar explicar qué es ser venezolano. Para mí, hoy, es como la fe que se tiene o no se tiene. Se es o no se es venezolano. Y no hay color o apellidos como garantía, Mister Charderton.

4. Último

Para aquellos que nos consideramos venezolanos por encima de cualquier bando, lo que está ocurriendo es lo que causará la verdadera revolución en Venezuela.

Estamos en el proceso, el verdadero, de descubrir eso que es la venezolanidad. De hacer de nuevo al país. Con cada insulto, con cada desmadre, con cada ponzoña esgrimida e inyectada. Unos dirán que es la sombra Junguiana del país que está aflorando a la cual hay que abrazar y aceptar para asimilarla y hacerla nuestra; otros, borgianos, dirán que nos enfrentamos a nuestra imagen invertida en el espejo la cual ya no sabemos si es la realidad o sólo un reflejo engañador, sólo aquel que queremos ver. Cada quien escoge la imagen que más le conviene.

También con cada marcha, con cada firma, con cada obra de arte, con cada libro, con cada gesto digno, con la solidaridad humana por encima de cualquier tolda política, con el respeto por el otro, con el reconocimiento del otro estamos haciendo de nuevo el país. En el intento y el éxito en algunos casos de aplacar la ira y el desaliento, de evitar la ofensa y el insulto dejando la arrogancia de lado, porque lo que pasa no es gratuito. Los esfuerzos no sólo deben ser políticos sino personales.

Ese guarapo que sentimos en el corazón es producido por el acto de conocernos de nuevo, de reforzar la idea de Venezuela que teníamos, de descubrir la que no conocíamos y tratar de entenderla. Es esa mezcla de agua y café que no es ni una cosa ni otra, un acto de contrición y rebeldía al mismo tiempo. La desazón y la maravilla.

Publicado en www.elmeollo.net

No a la violencia

La violencia no lleva a nada. Promoverla desde uno u otro bando, va en desmedro de nuestra democracia. No condenarla es hacerse cómplice. No importa el bando al que se pertenezca, la violencia es el recurso de la falta de argumentos, de la falta de voluntad para dialogar y buscar soluciones por la vía cívica.

No se justifican las agresiones que la oposición ha sufrido, tampoco los asesinatos de los dirigentes agrarios, ni los muertos del 11 de abril, ni los del 4 de febrero, ni los del 27 de noviembre, ni ningún acto violento que por motivos políticos ocurra en una sociedad democrática.

DEMOCRÁTICA con mayúsculas. Y eso nos lleva a preguntarnos entonces si realmente en Venezuela existe democracia, un sistema de derecho, y el respeto a las leyes y los demás.

El no a la violencia tiene que venir de ambas partes. Tiene que haber un compromiso de no usar la violencia y condenarla sea a quien sea que haya sido dirigida. Y los primeros que deben sentar el ejemplo al respecto son el Presidente, la Asamblea Nacional y los dirigentes de oposición. Pedir a gritos una intervención militar para acabar con el gobierno, es pedir a gritos sangre y es pedir a gritos un acto anti-democrático e ilegal.

Los diputados de la Asamblea Nacional son los representantes del pueblo. Cuando suceden hechos como el ocurrido a Estrella Castellanos y diputados declaran irresponsablemente al respecto o hacen mofa del dolor y el sufrimiento ajeno, diciendo que fue un “show” o un montaje, un plan de infiltrados de la oposición en el caso del 11 de abril, o que hay que ver si fueron actos del hampa común (!!!!!!) estos representantes lo son de cualquier cosa menos del pueblo.

Cabe preguntarse si son estos diputados realmente representantes del pueblo, de un partido político o los perros cancerberos de intereses ajenos al bienestar nacional y la gente de Venezuela.

Otra pregunta es si estos dirigentes realmente tienen una voz propia, si son autónomos en sus posiciones y pensamientos aunque su ideología se avenga a la del partido al que están suscritos.

Un poco de cordura y decencia humana no le vendría mal al oficialismo, para crear una apertura al diálogo en la oposición. No se trata sólo de las posturas del presidente, sino de los que lo siguen y forman parte del gobierno. Tampoco le vendría mal a la oposición moderar su lenguaje y poner inteligencia estratégica en su discurso y actividad política.

Gran parte de la oposición admite los grandes errores del pasado, pero la idea de los venezolanos al elegir este gobierno era que esos errores no se repitieran, que las necesidades de la gran mayoría fueran atendidas y aliviadas. Discursos de cadáveres políticos no crean confianza y refuerzan el apoyo del que aún goza el presidente por parte de la población.

Los venezolanos que eligieron este gobierno pensaron que tenían una voz que hablara y actuara por ellos, en su beneficio. No una voz que los amedrentara y que promulgara el irrespeto total a los derechos humanos garantizados en nuestra Constitución Nacional. ¿Qué es lo difícil de entender en esto?

Cualquier persona que se avenga a atentar contra la integridad física y moral de otra es un delincuente. No hay razones que lo justifique. Si es por motivos políticos es un acto de cobardía. Una respuesta al miedo que produce el adversario. Cualquiera que este sea.

Publicado por www.analitica.com

En búsqueda del país perdido – Venezuela sin adjetivos

Ya es doloroso estar fuera de Venezuela. Se extraña lo bueno que nos caracteriza como venezolanos y a veces hasta lo malo. Pero leyendo las noticias de la prensa, toda la prensa digital, me pregunto si esa idea de venezolanidad que tengo en la mente es ahora la correcta. Si ya lo que yo creía que era ser venezolano no es sino un sueño que por soñado ahora duele.

No soy chavista, pero tampoco puedo considerarme antichavista. Por lo menos no de la manera que se usa ahora. Hasta ahora la historia ha probado que cualquier extremismo es perjudicial para la salud de cualquier país y me perdonan esta imagen tan burda, pero es que siento que el país está enfermo.

Se me dificulta imaginarme a los círculos “bolivarianos” en acción, y con horror me paseo en las imágenes del 11 de abril, de los asesinatos, saqueos y actos de vandalismo contra embajadas.

Soy hija de un inmigrante que hizo suyo este país y selló su compromiso con una venezolana produciendo una familia que continua expandiéndose. En ese sentido siempre me he sentido venezolana de pura cepa, porque la venezolanidad, por lo menos de la manera que la percibo, siempre se ha basado en la mezcla racial, la pluralidad y la amabilidad para adoptar modos o costumbres de otras culturas, a la suya.

Estando en Africa, que es donde estoy, reconozco en la sazón africana ingredientes de la nuestra, en el uso de la hoja de cierta banana para envolver la comida puedo adivinar a la hallaca.

Añoro la belleza de lo que es mío y no puedo disfrutar. Y con horror presiento que no volveré a ver esa belleza, que ese concepto o percepción de venezolanidad que yo tenía se ha dejado avasallar por la barbarie de nuestros más básicos sentimientos de odio y envidia, por la distorsión de valores que a pesar de todos nuestros defectos siempre estaban presentes como una finalidad o aspiración: honestidad, respeto por el otro, justicia, democracia. Quizás la distancia me ha hecho idealizar el gentilicio, o quizás el contraste africano. Otro día disgregaré al respecto.

Sinceramente creí, que a pesar de los males de la “IV República”, que de un gobierno absolutamente centralizado a principios de los sesenta, cada día íbamos perfeccionando más nuestro sistema hacia una federalización donde mayor participación ciudadana estaba garantizada. Una federación dentro de un sistema que proporcionaba además el beneficio social de la educación gratuita, salud y protección al trabajador. Beneficio ineficiente, es verdad, pero que estaba ahí, en la ley; y el cual, amparado por ella como derecho ciudadano, era susceptible a perfección igualmente. Lento pero seguro.

Me sentí orgullosa de nuestra democracia cuando (a pesar de no haber votado por él), se reconoció la victoria del presidente Chávez, y me dije que se había demostrado que nuestro sistema democrático sí reflejaba la voluntad del pueblo. Y hasta allí llega el encantamiento.

Discutir las cualidades de nuestro presidente como tal es para mí a estas alturas innecesario y hasta irrelevante. Lo obvio no se discute. La pregunta para mí es cuáles son las cualidades de nuestra “ciudadanía”, cuáles son las cualidades que constituyen el ser cívicamente venezolanos. Chavistas y no chavistas por igual estamos pagando el precio de la indiferencia política que ejercimos en el pasado y todos tenemos esos muertos, los del 11 de abril, ahora pesando en la espalda. Otra pregunta es si queremos tener más.

¿Nos costará el país seguir en posiciones extremas? Una vez termine esta borrasca seguiremos siendo venezolanos, de ello no me cabe duda, pero ¿qué clase de Venezuela tendremos? ¿Dejaremos como herencia organismos paramilitares enquistados como los de Colombia, “frentes de liberación” a quienes nadie les ha pedido que liberen nada, un perpetuo malestar con el país vecino que más que nunca necesita de nuestra solidaridad y ayuda efectiva? La meta no tendría que ser sacar a Chávez como quien extirpa un lunar maligno, ello no necesariamente libera de un cáncer.

A estas alturas algunos se preguntarán cuál es el punto de este artículo, la verdad es que no lo tiene. No uno evidente…me tienta pedir a todos unos minutos para pensar cuál es la Venezuela que queremos. A todos: chavistas y no chavistas. A ver el bosque en vez del árbol.

Estoy segura de que es la misma Venezuela. Una Venezuela próspera, democrática, con oportunidades y bienestar para todos sin distingo de raza, nacionalidad, religión o credo, donde la impresionante riqueza que poseemos se reparta equitativemente a través de beneficios que todos deberíamos gozar.

En esa Venezuela creo que hay lugar para todos. Y si se pone tiempo en pensar en ella, mientras más se piensa hay menos sitio para círculos armados, para posiciones recalcitrantes, para insultos y para una presidencia manejada por intereses ajenos a los del bienestar del país e influenciada patéticamente por terceros, llámense Fidel, José Vicente, Miquilena o el favorito de turno.

Tampoco habría lugar para una guerra civil, con qué objeto. ¿Cuál sería el objeto de una guerra civil? ¿Habrá alguien que pueda contestar a esta pregunta?

Venezuela debería ser el verdadero foco de nuestros argumentos y espacios de discusión, porque todos somos venezolanos. Y dentro o fuera del país no dejaremos de serlo. Al pasar éste período, no habrá boinas o colores que valgan, la bandera y el escudo serán los mismos y el nombre del país con o sin adjetivos será Venezuela. Aquí dejo muchas preguntas que no sé si se puedan contestar. Yo no me las puedo contestar satisfactoriamente. Me asusta pensar que no encontraré el país que dejé, ilusionado y esperanzado con un cambio, ahora llana y simplemente desesperado y a la deriva. ¿Será que algún día mencionaremos a Venezuela sin acompañarla de adjetivos…?

Camino

camino
es un recorrido limpio
son mis pasos
no otros
los que lo hacen real

pasos

camino

el mundo gira dentro de mi cabeza
afuera sólo hay escenarios

es lo mejor de la vida:
uno es su propio teatro
no hay peor pena que la propia
ni mejor felicidad

la vida sigue su paso
y camina, camina sola.

entre 1986 – 1987
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Cuando conseguí este texto y lo leí me dio no un escalofrío pero si como una perplejidad porque de una u otra forma coincidía con la idea intrínseca de este sitio, incluso lo de «camino» era demasiada sincronicidad. Mi ego está aquí en su máximo.