Etiqueta: Divagaciones

Cansancio breve

Siento cansancio.

Cansancio breve que me invade de tiempo en tiempo.

De leer noticias, de discutir y echar argumentos a saco roto. Se descorazona uno. Pero como todo en la vida, uno debe tomarse las cosas un día por vez. Cada día la vida es diferente aunque parezca igual. Cada día somos 24 horas másviejos, quizás más tercos, quizás más sabios o igual de tontos que el día anterior. Hay cosas que no podemos evitar, que no podemos subsanar, que se escapan de cualquier aliento que le pongamos. Y cada día, sólo nos queda tomarnos las cosas como vienen en ese día hasta que no tengamos otro día más.

Cambiar de escenografía ya no ejerce tanto efecto sobre mí.

Cargo mi rollo dondequiera que voy.

Breves divagaciones de la duda, el blog y la intimidad

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[Iglesia en Barcelona, España]

Es difícil dejarse las confusiones de lado.
Difícil sobre todo si de alguna manera uno disfruta estando confundido. No saber qué hacer. Qué decir.

La televisión es entonces la mejor manera de pasar el día. El cerebro se lobotomiza solito. Se atraganta con todo lo que recibe. Se empacha y sin darnos cuenta ya llegó la noche y a pasarse el suiche para dormir. Porque las noches de televisión no son noches de insomnio.

Uno crea sus propias atmósferas, burbujas, peceras, contenedores de lo que uno quisiera creer que es la vida. La vida que uno posee y no la que lo posee a uno. ¿Hasta dónde somos prisioneros de la circunstancias? ¿Será una ilusión que podemos domarlas y someterlas a nuestra voluntad? ¿Será la verdad que estrellas y planetas tienen nuestro destino ya escrito?, o ¿que dioses y seres superiores se manifiestan a través de nosotros y que no somos sino meros vehículos de sus mandatos? ¿Dónde estará el punto medio entre la voluntad y las circunstancias que nos modelan, si es que dicho punto medio existe?

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Visito el blog y lo veo como si no me perteneciera más. Y escribo mentalmente en él casi todos los días, pero una vez pongo los dedos en el teclado y consigo el impulso, no me sale otra cosa que estos lamentos pendencieros de mi misma. De mis dudas reiterativas, aburridas, que resisten cualquier consejo. Mi vida fuera del contenedor está llena de cosas vivas, de itinerarios, contacto humano, imágenes y contemplaciones. Pero dentro pareciera que sólo encuentro solaz en repasar el tema una y otra vez. El tema de la duda. De las dudas. De la pregunta constante por todo. Descargar en los cuadernos no me termina de dar solaz y pareciera que debo aullar con palabras un desespero que en apariencia ni siquiera padezco.

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La del blog es una intimidad rara. Porque se escribe para el lector que uno espera. El ideal. El que «sabe» de lo que estás hablando. Y esto es tan falaz. Porque lo que uno escribe desde lo más adentro sólo lo entiende uno. Los demás sólo reciben destellos.

Esto es más que una plataforma de publicación, que un «medio».

Es la caída en picada o el ascenso vertiginoso. De uno mismo dentro de sí.

Entre otras cosas más o menos, halagadoras.

Más del ocaso

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[El ocaso ayer]

Hace unos días escribí sobre el ocaso.
Luego en los días siguientes, revisando cuadernos y lecturas me encuentro con cosas que he escrito y leído al respecto que no recordaba.

El ocaso como la preparación para la jornada exploratoria durante la noche. La guía a la nocturnidad. La caída de la noche como requisito para epifanías y reflexiones. La noche que acentúa los sentidos para la introspección.

Me llama la atención la recurrencia en algunos temas que no se cansan de asaltarnos una y otra vez. Las pequeñas obsesiones íntimas que están presentes durante nuestra vida más de lo que pensamos. Y como caemos en ellas una y otra vez sin darnos cuenta. Quizás porque nuestra dimensión temporal interna no conoce del paso de los días. Y miedos y sueños se quedan flotando allí, en nuestra eternidad personal.

Pessoa alguna vez escribió que «el ocaso es un fenómeno intelectual». Y cuando disgrego de esta manera no puedo dejar de pensar que tiene razón. ¿Por qué escribir sobre ello varias veces? ¿Por qué tomar fotos desde mi ventana cada tarde? ¿O desde algún otro sitio al ebullir la inquietud por dentro cuando se sumerge el sol en el horizonte en su ruta a despertar otras partes del mundo?

No lo sé. Abro la computadora, empiezo algo, no termino. Me quedo viendo por la ventana, hasta que el sol entra por una esquina, empieza a descender, llena de luz rosada mi cuarto y yo me quedo ausente, contemplando. Y cuando ya está a punto de desaparecer, me paro, tomo la foto y luego me encuentro pensando porqué.

Es como si la tarde me avisara de algo que no sé qué es.

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[El ocaso hoy]

Divagación del Ocaso

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¿Cuánto tiempo iba a poder aguantar?

Traté infructuosa de prohibirme venir y bloguear porque «otras cosas demandaban mi atención inmediata». Y así me sumergí en la marea de escritos de los demás, en el constante vagar por la música que palabras, oraciones y párrafos construyen dando a conocer al «otro». Un «otro» escondido en algún perfil sumario y breve, críptico o demasiado explícito, pero que aún permite la interrogante del misterio luego de la lectura.

Se busca el espejo o, quizás deba decir, ¿se busca el espejo?… Los signos de interrogación a veces nos dejan sin respuestas.

Pasan muchas cosas todos los días. Esto es una frase de perogrullo. Pero ¿qué cosas pasan por nosotros? ¿Cuáles son las que nos animan a escribir y darle al botoncito de «publicar» desde la pantalla de una computadora?

Bangladesh sigue conmocionada por arrestos de políticos, funcionarios y miembros de partidos, todos corruptísimos. Cada día en la prensa hay un banquete diario de noticias con los hallazgos de zoológicos privados, costosos automóviles, numerosas cuentas bancarias en el exterior, y demás objetos de lujo y ostentación. En el mundo se han conmemorado fechas, y presidentes de imperios y naciones se han embarcado en giras como si fueran estrellas de rock. Pero ¿me provoca escribir de eso en estos días? No mucho realmente.

Veo el atardecer todos los días por la ventana. Al sol dhakaíta ocultarse ominosamente rojo. De ese color rojo, de mercurio cromo, del que nos echaban en los raspones de codos y rodillas y nos hacía desear de niños, a veces, no ser tan traviesos. Ese sol se oculta como el regaño velado, la mirada de reprobación y lástima que papás y abuelos tenían en el rostro cuando nos empezaba a arder la herida. Pero sin el soplo refrescante sobre ella. El soplo que nos decía que de todas formas el amor supera cualquier plato roto o el jalón de pelo a la hermana.

¿Qué puedo hacer con ese sol que me regaña despacito en el ocaso? Salgo y le tomo fotos a ver si lo atrapo. Pero se escapa siempre, en la línea oscura que palmeras, árboles y edificios me trazan en el horizonte de Dhaka. Un sol que me deja con la noche abierta adelante para el insomnio, la duda, las certezas y el otro vagar, por los nudos, las rutas confundidas, los libros que saltan de la estantería a mis ojos, a ver… A ver si se convierten en oráculos los fragmentos leídos al azar, los poemas insospechados.

Son pocas las veces que el día despuntando me logra saludar. Me refugio en la cama momentos antes para preservar el estado de iluminación que sólo la noche otorga, y que el día, cruel, nos arrebata.

Y es de esto último, de lo que me provoca escribir.

De como el ocaso, ilumina.