
¿Cuánto tiempo iba a poder aguantar?
Traté infructuosa de prohibirme venir y bloguear porque «otras cosas demandaban mi atención inmediata». Y así me sumergí en la marea de escritos de los demás, en el constante vagar por la música que palabras, oraciones y párrafos construyen dando a conocer al «otro». Un «otro» escondido en algún perfil sumario y breve, críptico o demasiado explícito, pero que aún permite la interrogante del misterio luego de la lectura.
Se busca el espejo o, quizás deba decir, ¿se busca el espejo?… Los signos de interrogación a veces nos dejan sin respuestas.
Pasan muchas cosas todos los días. Esto es una frase de perogrullo. Pero ¿qué cosas pasan por nosotros? ¿Cuáles son las que nos animan a escribir y darle al botoncito de «publicar» desde la pantalla de una computadora?
Bangladesh sigue conmocionada por arrestos de políticos, funcionarios y miembros de partidos, todos corruptísimos. Cada día en la prensa hay un banquete diario de noticias con los hallazgos de zoológicos privados, costosos automóviles, numerosas cuentas bancarias en el exterior, y demás objetos de lujo y ostentación. En el mundo se han conmemorado fechas, y presidentes de imperios y naciones se han embarcado en giras como si fueran estrellas de rock. Pero ¿me provoca escribir de eso en estos días? No mucho realmente.
Veo el atardecer todos los días por la ventana. Al sol dhakaíta ocultarse ominosamente rojo. De ese color rojo, de mercurio cromo, del que nos echaban en los raspones de codos y rodillas y nos hacía desear de niños, a veces, no ser tan traviesos. Ese sol se oculta como el regaño velado, la mirada de reprobación y lástima que papás y abuelos tenían en el rostro cuando nos empezaba a arder la herida. Pero sin el soplo refrescante sobre ella. El soplo que nos decía que de todas formas el amor supera cualquier plato roto o el jalón de pelo a la hermana.
¿Qué puedo hacer con ese sol que me regaña despacito en el ocaso? Salgo y le tomo fotos a ver si lo atrapo. Pero se escapa siempre, en la línea oscura que palmeras, árboles y edificios me trazan en el horizonte de Dhaka. Un sol que me deja con la noche abierta adelante para el insomnio, la duda, las certezas y el otro vagar, por los nudos, las rutas confundidas, los libros que saltan de la estantería a mis ojos, a ver… A ver si se convierten en oráculos los fragmentos leídos al azar, los poemas insospechados.
Son pocas las veces que el día despuntando me logra saludar. Me refugio en la cama momentos antes para preservar el estado de iluminación que sólo la noche otorga, y que el día, cruel, nos arrebata.
Y es de esto último, de lo que me provoca escribir.
De como el ocaso, ilumina.