
Caracas amaneció lluviosa. Con una de esas lluvias encerradoras, de las que uno siente que vino a lavar culpas o llevarse pesares.
El agua cae y oigo los carros pasar sobre el asfalto húmedo. Es un sonido reconfortante no sé por qué. Quizás porque indica que hay vida fuera. Mañanas así no invitan a salir sino a estarse dentro. A reflexionar a pesar de uno. Estoy a las puertas de otro viaje. He tratado de evadirlo, me he resistido a hacer las diligencias necesarias y al final he sucumbido porque debo y no puedo dejar de ir. Cada vez que parto me cuesta recuperar los hilos que me atan a la casa, al país. Cada vez que regreso es un proceso de ajuste, de recuperar vínculos, de hacerme presente en mi entorno pero para mí misma.
El año se está yendo con velocidad, las noticias no son felices. Luego de la euforia y el shot de inspiración de las olimpíadas me siento de nuevo en una suerte de abandono, esperando a que escampe. Las últimas semanas han sido particularmente duras tratando de reconciliarme con la idea de que mis deseos de maternidad no se realicen, de asumir que la edad sí es un obstáculo no sólo para ello sino otras cosas, y maldita sea, no soy buena para este tipo de resignaciones.
Es un ejercicio constante dejar fluir, un aprendizaje diario ante mis tendencias al control. Luego siempre entiendo que las cosas pasan por algo, pero mientras ocurren no entiendo nada.
El año pasado fue duro porque estuve de nuevo en distancia. Estos meses que vienen de nuevo me alejarán. Y mis resistencias son un clamor de rebeldía frente a lo que pareciera un destino del que no puedo o me quiero zafar. Aún no he determinado mis rutas. La lluvia me trae esa sensación de inevitabilidad, de que sí, de que tengo una historia trazada de antemano, que no conozco y para la cual debo dejarme llevar. No puedo sino rebelarme ante esa idea. Y en la rebeldía, la lluvia cae inmisericorde y me subyuga. No cede.
Hay un zamuro afuera aguantando el chaparrón, su figura negra es digna bajo el agua, posado en una esquina de la azotea del edificio de enfrente. En nuestro jardín diviso también una tórtola recogida esperando que pase el aguacero. No hay donde guarecerse, ambos dejan que el agua pase, esperan que escampe.
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No era consciente de lo mucho que echo de menos el sonido de las ruedas de los carros sobre el asfalto durante y después del agua.
Gracias.
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Yo me di cuenta hoy todo lo que me conforta :)
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Kira bella:
Al menos uno de los hilos de tu relato, lo comparto con todas las ganas de llorar que aún no cesan. Es mi lluvia autoproducida, necesaria, y me atrevería a decir que exorcizante.
El mismo día del diagnóstico, escribí, presumo que como un instructivo para todos los que preguntan «¿y ustedes pa’ cuándo?». En adelante que lean. Sin saberlo, abrí un boquete para las historias de muchas mujeres que pasaron por el zaperoco y luego me narraron sus historias. Fue como una avalancha de lepes, que agradezco enormemente, porque sirvieron para calibrar mi tristeza.
¡Que tus días mejoren, Kira!
Un abrazo grandísimo,
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He sido muy vocal en mi vida personal, no así en el blog, sobre el tema de la maternidad. Tengo mi viacrucis con eso. Tratamientos, médicos, y la vida que se me interpone. No es una historia que esté lista para compartir por completo acá, está en otros textos. Buscaré esa historia en tu blog porque no la he leído. Y te acompaño por supuesto con todo mi cariño en ese hilo de nuestras historias.
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Es esperanzador saber que los zamuros continúan siendo negros y se resisten a ser teñidos de rojo rojito…jajaja
Salud
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Zamuro es zamuro hasta que se muere :)
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Hola Kira!
La palabra anti-spam es Nabokov y me recuerda que Lolita está pendiente…ya te he dicho que me encantas cuando cuentas. Tenía tiempo sin venir y me encuentro con esta historia tan bella. A mi la lluvia también me revuelve internamente. Me hace evocar historias que quedaron sin terminar en mi vida. Son como aves emigrantes que vuelven y pasan, junto con las gotas, para que yo las vea y sepa que están allí. El olor a tierra mojada, el ruido que hacen las gotas en el tejado, como ayer, lo que hacen es aumentar la nitidez del recuerdo que no se esfuma, que permanece…
Gracias.
En los comments vi a Naky, y no pude evitar una sonrisa. De los mejores relatos que he leído en la blogósfera, los suyos, los de «ambas las dos» jejejeje. Un besazo!
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Kira, ya creo haberte comentado en oportunidades previas lo grato que es leerte. Creas una atmósfera donde los sentires pueden ser fácilmente compartidos.
Lluvia externa, lluvia interna, en mi caso, la última puede suceder de manera inesperada y es como una remembranza de corrientes de agua que debo dejar fluir. No es fácil, sigo trabajando en ello.
Leí por allí que la mejor edad es la que se tiene, el aquí y el ahora, a pesar de que la naturaleza y sus leyes conspiren en contra de nuestras más íntimas aspiraciones.
Un fuerte abrazo acompañado de un cariño inmenso, éxitos en ese nuevo viaje que señalas y gracias por compartir igualmente tu viaje interno, el más desafiante…
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Hermoso. Muy hermoso como la lluvia duele, y viaja, y retorna. Y los hijos son gotas. Qué fragilidad. Que delicadeza. Un gran abrazo, poeta, en tus viajes del llover. Besos.
Néstor Caballero
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