Cada huella

hoy he encajonado sentimientos
frustraciones
en cada lagrimal

cada huella es un golpe
una tristeza que no sale

la palabra está en una encrucijada
no encuentra escape
está atada a la garganta
no hay papel posible que la abrigue
no hay torbellinos mínimos
que pueda abarcar

cada huella es un golpe,
una tristeza que no sale

4 de julio de 1988
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Con motivo de qué escribí esto, no recuerdo.
Lo conseguí en estos días durante una redada en mis carpetas.

Luna llena

Esta noche el rostro del cielo está erosionado.
La luna amarilla encandila a momentos.
Se asoma entre las nubes intermitente como el ojo encendido de un rostro anciano y memorioso.
Es noche de luna llena.
El lago brilla inquieto y yo extranjera en esta tierra africana me siento de ninguna parte.
La noche es completa, podría decir telúrica en homenaje a un viejo escritor de mi tierra natal.
Pero es tan solo una noche más de tantas de luna llena.
La noche está allí siempre al final del día.
A veces la notamos a veces no. Yo la olvido a veces también.
Pero otras salgo al jardín o me asomo a la ventana, a respirar el aire fresco, a oír los grillos y sapitos, a ver el cielo, a sentir el frescor nocturno, a imaginar las estrellas y entrar en mi trance secreto con la luna, presente o no.
Esta noche ugandesa podría ser en cualquier otra parte del planeta.
Es una noche como cualquier otra de luna llena.

No vimos a Marte juntos

No vimos a Marte juntos.
Está cerca otra vez como hace 13 años.
No vimos a Marte juntos.
Su luz naranja vino anunciando cambios.
Te fuiste y no nos tomamos el tiempo de verlo juntos.
En estas noches cada vez que salgo al jardín, veo en el cielo esa estrella naranja tan peculiar en este cielo africano y me pregunto si tú estarás haciendo lo mismo en dónde te encuentres y si en ese preciso momento piensas en mí extrañándome bajo su luz.
Marte nos une y se impone en este cielo así como en el de hace 13 años.
De alguna manera su luz nos toca.
No vimos a Marte juntos, pero está ahí, cerca, con nosotros otra vez.